💋 SERÉ BREVE. La historia de la señora Marina —mi vecina en la adolescencia en el Distrito Federal— movió el morbo de muchos. Y éstos me pidieron más detalles. (Espero que ella no lea esta columna).
🫦 SERÉ PUNTUAL. El esposo de nuestra Emma Bovary de un condominio cercano al Mercado de Jamaica trabajaba en los Estudios América en la parte técnica. Era sonidista. (Movía los micrófonos en las películas). Se jactaba de ser amigo de Julio Alemán, un actor que desde muy joven usó bisoñé. Se le recuerda por algunos churros como “También las mujeres pueden”, “Agarren al de los huevos” y “Préstame a tu mujer”.
💋🫦 SERÉ SINCERO. Dos o tres veces llegó a cenar al departamento de la señora Marina (el 103) el citado actor. Y sus sonidos se oían hasta mi recámara. ¿Qué se escuchaba? La voz impostada del actor, las carcajadas de don Víctor. (Así se llamaba el sonidista). Y la risita coqueta de la señora Marina, quien esas noches se ponía un vestido negro, entallado y unas zapatillas que acentuaban sus pantorrillas. Era claro que Julio Alemán iba a esas cenas atraído por ella. Y no es descabellado imaginar que hubiese un affaire entre ambos.
💄 SERÉ MORBOSO. Una vez que la señora Marina empezó a andar con Víctor, “El Rizos”, abandonó los lentes aburridos que usaba todo el tiempo, así como el cabello recogido. Literalmente: se soltó el pelo y le dio por usar vestidos vaporosos y faldas ajustadas. También se tiñó el pelo. Todos sabíamos que algo se había movido en ella, excepto su esposo: el sonidista.
👗 SERÉ MORBOSO. El sexo continuo mejoró el cutis de la señora Marina. La mirada aburrida salió de su vida y en su lugar llegó una expresión desenfadada y coqueta. También abandonó las chanclas. Las cambió por las más diversas zapatillas que convertían su taconeo en una fiesta para el multicitado “Rizos”.
👁️ SERÉ ESTÚPIDO. Un día todos nos enteramos de que la señora Marina se había librado del sonidista. ¿Cómo lo supimos? Porque en su tocadiscos empezaron a escucharse las canciones de José José, Estelita Núñez y Carlos Lico. Desde mi recámara extrañaba en silencio aquellas tardes semioscuras en las que acompañaba a la señora Marina a recoger la ropa de su tendedero. En particular recordaba unas pantaletas negras de lycra que en el momento en que escribo estas líneas las veo dibujadas en mi morbosa imaginación.

