Ricardo Salinas Pliego es el clásico extorsionador de cluster.
Con Andrés Manuel López Obrador, fue amable, seductor, generoso.
No tenía nada que perder.
Eran los años dickensianos en que la misma época podría ser la mejor y la peor de todas: el inicio del nuevo siglo.
Estaba Fox, sí, pero estaba también AMLO.
Nada perdía con apoyar a los dos.
Y a ambos les vendía sus baratijas.
Y ambos se las compraban.
Todo estuvo bien con AMLO hasta que todo estuvo mal.
El punto de quiebre fue cuando el ya presidente de la república se negó a concederle el impago de sus impuestos.
La gran amistad empezó a quebrarse.
Como todo extorsionador, empezó a estirar la liga y a enviarle mensajes velados desde sus noticieros.
(Hasta Paty Chapoy, la reina de lo insulso, hizo dos o tres comentarios venenosos).
Nada de eso funcionó.
El presidente López Obrador no estaba dispuesto a ceder al chantaje.
Para entonces, Salinas Pliego seguía siendo parte del Consejo Asesor Empresarial: un grupo creado por el presidente —en el que figuraban los de siempre (Slim et al)— para hacerles creer a sus integrantes que sus opiniones en materia económica eran centrales.
(En realidad, ese grupo estaba formado por otros extorsionadores con dinero, aunque menos vulgares que Salinas Pliego).
El caso es que cuando éste no vio cumplidas sus metas —tras una temporada de chantajes y extorsión—, dejó de acudir a las comilonas de Palacio Nacional.
La guerra, pues, inició.
Y ahí sí se cumplió la profecía de Dickens: era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos.
Todo extorsionador se cree más inteligente que su probable víctima.
Salinas Pliego es el mejor ejemplo (el peor ejemplo).
Su ego desmedido está tocando tierra.
Y cree que la puerta giratoria es su salida.
Me refiero a la puerta giratoria que conduce a la política electoral.
La oposición —más sola que una higuera en un campo de golf— ve en él su salvación.
Y ambos (Salinas Pliego y Claudio X. González) se mueven en consecuencia.
¿El fin inmediato?
Politizar un adeudo multimillonario de impuestos.
El verdugo está afilando la guillotina.
El extorsionador manda mensajes cargados de vulgaridad.
El público come palomitas.
El gran show de este circo Atayde sin leones ni elefantes está por iniciar.


