Hace unos 190 años, un clérigo inglés cuyo nombre pasó de Branty a Brontë, trajo a sus 4 hijos sobrevivientes de la tuberculosis una caja de madera que contenía 12 soldados, también de madera. La familia Brontë vivía en un paraje muy aislado, en las cumbres de las colinas y páramos de Yorkshire, en la Inglaterra del siglo XIX. Tan aislados que decían vivir ahí donde se acaba el mundo. Quizá por ese aislamiento y la fiera naturaleza que los rodeaba, la imaginación de los 4 chicos creció como maleza salvaje, fecunda y extraordinaria.
Pronto, los soldados de juguete tuvieron nombres, vida e identidades (uno de ellos era el Duque de Wellington y otro Napoleón Bonaparte, por ejemplo), y fueron el origen de un fenómeno sin paralelo en la historia de la literatura: las aventuras y misiones de los soldados de juguete pasaron a ser centrales en la vida de Emily, Charlotte, Anne y Bramwell Brontë. Lejos estaban de saber que las sagas y poemas que escribieron en torno de esos seres inanimados darían lugar a la escritura de una de las obras maestras de la literatura universal: Cumbres Borrascosas.
Nacida de los poemas que evolucionaron en juegos complejos del lenguaje y las formas poéticas y narrativas escritas por los hermanos en una diminuta letra itálica que aspiraba a parecer letra de imprenta, Cumbres Borrascosas es una historia tan estremecedora, terrible y bella, que puede parecer un verdadero triunfo de la imaginación y la lectura. Porque los hermanos, aislados como estaban y temerosos de la tisis, leían y leían y leían.
En los clásicos encontraron aquello de lo cual se nutrieron sus novelas y poemas. Más famosa que Cumbres Borrascosas en su época fue Jane Eyre, de Charlotte Brontë, obra que refleja la vida de aquellos que pierden su valiosa vida a manos de los convencionalismos y los prejuicios de clase.
Juego de niños, imaginación nutrida de las gestas de los grandes libros -entre ellos la Biblia- también de la rabia, de la pobreza y la lucha por el pan diario, la literatura de las hermanas Brontë constituye -todavía, a pesar de la irrupción de internet- un ejemplo de que la lectura es capaz de construir un destino.
Hoy me dio por parafrasear el título de una de las obras más conocidas de Juan Marsé, autor español que enfrentó a la dictadura de Franco: Si te dicen que caí, épica de una infancia destrozada por la guerra, nos habla de aquellas opciones que el ser humano siempre tendrá a mano para salvarse de las atrocidades del tiempo y la destrucción de los valores que nos unen (todavía) como civilización, a pesar de la ilusión de libertad y riqueza intelectual y económica creada por Internet.
Si te dicen que leí es un título que juega con el temor de perder las múltiples opciones de crecimiento que nos brinda la lectura en general y la lectura de libros impresos en particular. Porque muchos de nosotros tenemos miedo. Aunque lo neguemos.
Cada vez es más frecuente escuchar: “La gente no lee”. “Me da flojera leer”. “Quiero escribir pero no leer”. Los datos estadísticos sobre el hábito de la lectura (que ya va siendo más obligación escolar que una opción de crecimiento interior, de esparcimiento, de deslumbramiento estético, anímico o intelectual) arrojan cifras desalentadoras.
En 2013, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) realizó un índice de lectura según el cual, de una lista de 108 naciones, México ocupaba el penúltimo lugar.
Según dicho estudio, el promedio de lectura de los mexicanos es de 2.9 libros por año, mientras que en países como España esa cifra llega a 7.5 libros, los alemanes leen en promedio 12 libros anualmente.
De acuerdo con el Inegi, para
2018, la población de 18 años y más que leía materiales considerados “lectura” (libros, revistas, periódicos) decreció, de 84.2 por ciento, en febrero de 2015, a 76.4 por ciento en febrero de este año. Así, de cada 100 personas de 18 o más años, en 2018, 45 declararon haber leído al menos un libro, mientras que en 2015 lo hicieron 50 de cada 100 personas.
Para 2023, la población lectora de libros afirmaba haber leído 3.4 ejemplares ese año. La cantidad de libros que se leen anualmente parece haber ido subiendo en el transcurso de la presente década. Sin embargo, de 100 personas que leen, 100 por ciento dicen que ellas son totalmente “visuales” y por eso prefieren la imagen.
¿Competirá la lectura de libros con la imagen en movimiento?
No. Los nativos digitales no entienden el mundo sin su representación en imágenes.
Los migrantes digitales están aprendiendo muy rápido porque vienen de ser una generación que creció con narrativas visuales, la imagen en movimiento: televisión y cine.
Pero hoy por hoy, el problema de la lectura ha adquirido proporciones preocupantes porque, paradójicamente, hoy necesitamos leer y escribir mucho más que hace cinco años…y con mayor capacidad de comunicación y de persuasión. Desgraciadamente, si no se adquieren competencias lectoras en la época formativa, se puede pensar que, aun siendo nativos digitales, los futuros lectores serán incapaces de aplicar los conocimientos, el lenguaje y las demás ventajas de la comprensión lectora a su vida diaria. De hecho, serán incapaces de pasar del primer nivel de comprensión en casi cualquier análisis fenomenológico al que se enfrenten en su vida laboral o social.
Pedro Salinas dijo en 1961: “El no saber leer ni escribir es una cualidad natural; todos nacemos con ella. O poniéndolo en refrán castellano: nadie nace enseñado. Quiere esto decir que el hombre natural es un analfabeto actual, al nacer; pero en cuanto susceptible de aprender a leer es, asimismo, un alfabeto potencial”.
Pedro Salinas proponía se reconociera la existencia de dos tipos de analfabetos. Uno –dice- es el analfabeto puro, el clásico, el analfabeto de natura, que sea por la causa que sea, no sabe leer. Ahora, la categoría se ha ampliado.
“Estoy pensando en aquellos alfabetos que no leen por motivos más hondos y difíciles que el de no tener un libro a mano”, afirma. Esos son los neoanalfabetos.
Bajo esa óptica, hace la distinción entre “alfabeto” y “lector”. El primero es aquel que ha tenido la fortuna de aprender a descifrar la escritura, pero que puede leer o puede no leer, es decir, el ejercicio de la capacidad queda sujeto a su voluntad, a sus ganas o no de hacerlo; en cambio, considera como “lector” a aquél que, habiendo aprendido a leer, utiliza la lectura para su desarrollo cognitivo, cultural, social y emocional.
En estos tiempos, asistimos a un cambio de óptica del concepto alfabetizado/no alfabetizado de como tradicionalmente se había venido considerado. En 1997, la Declaración de Confitea, que conjunta las conclusiones de diversos países sobre educación de adultos, define a la alfabetización como “los conocimientos y capacidades básicos que necesitan todas las personas en un mundo que vive una rápida evolución, y en donde el acceso a la lectura y la escritura es un derecho humano fundamental.”
Como se ve, no basta con producir alfabetos; hay que producir lectores. Porque, dice Salinas, “cuando no se emplea la lectura para ensanchar las potencias del alma, para impulsar al individuo hacia la plenitud de su ser espiritual, empieza a funcionar en su naturaleza una fuerza de regresión que le devolverá antes o después al punto de partida: a su analfabetismo espiritual”. (letrasylectura, 2007) Los neoanalfabetos –continúa el autor- constituyen una clase mucho más amenazadora y peligrosa que la de los analfabetos puros. Y es que caminan camuflados de lectores, aunque en el fondo desprecian la lectura. Hay que reorientar la óptica de la alfabetización. O como lo dice Pedro Salinas, no hay que seguir produciendo analfabetos que saben leer.
Sin embargo, si a principios del siglo XX saber firmar y leer instrucciones sencillas podían considerarse indicadores suficientes de que alguien estaba alfabetizado, en la era móvil esto no alcanza. Saber leer consiste en saber buscar, seleccionar, interpretar y relacionar información. Y no sólo eso. En esta segunda década del siglo XXI leer y escribir son actividades imprescindibles para participar en casi todas las interacciones sociales. Los ciudadanos actuales requieren saber utilizar diferentes soportes de lectura (el papel, la pantalla) y saber manejar dispositivos tecnológicos que cambian con más rapidez de la que uno quisiera. Para muestra, ahí tenemos la escritura generada por la IA.
Ojalá que en unos 50 años los actuales lectores en formación puedan decir: Si te dicen que leí, diles que sí, que siempre. Y que nunca dejaré de hacerlo.
Referencias
letrasylectura. (6 de noviembre de 2007). Los neoalfabetos. Obtenido de letrasylectura.wordpress.com: https://letrasylectura.wordpress.com/2007/11/06/
los-neoanalfabetos/