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martes, octubre 28, 2025

Gran D.T.; mejor persona. Manolo Lapuente

Gran D.T.; mejor persona. Manolo Lapuente

La primera vez que hablé con él fue en 1977. Él entrenaba al Puebla, cuyo dueño era el Sr. Suárez, y yo estudiaba el último año de preparatoria. Fue un lunes, cuando en su último juego, el domingo a las 12 del día, habían perdido 4-5 vs. Tecos. Él vivía en las casas de profesores dentro de la UDLA. Serían 8 o 9 del día. Toqué la puerta y me abrió con taza de café en mano. Me presenté y le dije que, después de la derrota del domingo, yo le podía solucionar su problema defensivo. Hoy lo pienso y pena me doy; las cosas que uno hace amparado en la juventud. Con cara de “vete al carajo, muchacho baboso”, me revisó de arriba a abajo y de abajo a arriba. Suspiró y me citó el martes a las 10 a.m. en el estadio Cuauhtémoc. Llegué una hora antes y, cuando lo vi llegar, le dijo al Sr. Urbina que me dieran cosas para entrenar. A partir de ese momento, entrené con el primer equipo entre 15 y 14 semanas. Siempre fui considerado para todos los interescuadras y para un torneo de reservas que se jugaba previo al partido oficial. En la semana, después del entrenamiento, nos quedábamos Arturo Álvarez, Tito Rosete, Viveros y Sánchez De Ita para trabajar potencia. Me imagino ahora que desde esos momentos vieron la poca disciplina que tenía, pero el fin de semana la central la jugaba con Viveros.

Terminó la temporada y hubo un brindis, creo que en su casa de la UDLA. Yo tenía amistad con Picole y Muricy y entiendo por qué fui a dar a ese brindis que, por jerarquías, nada tenía que hacer; entiendo por qué fui a ese lugar. Al poco tiempo me llamaron de la oficina porque el Sr. Lapuente quería hablar conmigo. Pensé que era un ofrecimiento de contrato, mismo que otra vez, hoy, pienso que era imposible porque mi disciplina no correspondía a un joven con sueños de jugar en primera división; vamos, ni en cuarta. Fui a la entrevista y me dijo que habría un equipo de jóvenes, que el entrenador sería Carlos González en el campo que estaba en los terrenos que hoy ocupa la Secretaría del Deporte. Un campo de tierra al 100% y que me tenía que reportar con ellos a las 4 de la tarde desde ya. En mis ínfulas de grandeza no fui, era muy poco para mí. Cuando el primer equipo terminó sus vacaciones, lo fui a ver a la misma oficina. Le conté una mentira del porqué no había acudido a los entrenamientos. Obvio que no creyó en nada y me citó para la misma cancha y que los jueves iríamos a jugar contra el primer equipo. Fui a entrenar cosa de dos meses y un mal día no regresé.

Pasó el tiempo y el Puebla fue campeón por primera vez y de la mano de Lapuente. También había llegado Roberto Ruiz Esparza y era campeón. En la celebración en el Charles China Poblana, por supuesto que estaba yo. Creo que mi vida disipada me abría esas puertas. En el baño me lo encontré, y mientras hacíamos pipí me dijo muy claro: “ya viste a Roberto, es campeón y la razón es que él sí tiene disciplina y tú no”. Primera gran enseñanza.

Pasaron los años y, de repente, yo era el técnico del Puebla y teníamos que jugar una liguilla. Él era directivo del América y nos invitó a un partido de preparación vs. el América. Nos pagaron el hotel y al otro día nos fuimos a las instalaciones de Coapa para el amistoso. Cuando llegamos pregunté por él y me llevaron a su oficina. Le di las gracias por la invitación y le pregunté cómo se jugaban las liguillas. Él me pidió que le dijera a qué jugaba mi equipo en un pizarrón que tenía enfrente. A mi forma le expliqué lo que veníamos haciendo. Su respuesta, sabia y fácil de entender, fue: “que tus jugadores repitan lo mismo que me explicaste y que han venido haciendo, no inventes nada”. Segunda gran lección.

La tercera vino de él por medio de Luis Enrique Fernández y se refería a tener más contentos a los que no jugaban, a la banca, que a los que jugaban, ya que ellos, con él, siempre hechos de ser titulares, ya estaban del otro lado. Le tomé más apego a ese consejo de mil maneras. En el partido final, en Salamanca, mi lateral izquierdo se lesionó al minuto 40 y no tenía otro lateral izquierdo. Entonces, pensando en alguien que tuviera más ilusión que todos por participar, metí a Anzaldo, el más joven de la banca. Lo hizo perfecto, estaba al 100% de concentración y provocó la expulsión de su mejor hombre, Tiba. Estoy hablando del 2006.

Pasaron los años y nos tocó jugar, ya en primera, vs. Tigres, que Lapuente era el técnico en Monterrey. Les ganamos, no me acuerdo si 2-1 o 2-0 y estoy seguro que la derrota no le dolió, porque al fin vio a una persona, el entrenador de junto que era yo, que había cambiado y entendido cómo es la vida: no tienes que ser el mejor, tienes que tener DISCIPLINA.

En los últimos 5 años, lo vi y comí en casa de Don Emilio MAURER 4 veces. Ya en este pasado agosto ya no fue. Pero el año pasado, en la tradicional foto del recuerdo, a Manolo lo sentaban en el centro. Yo siempre me fui a una esquina, en el penúltimo lugar, pero en ese año, el año pasado 2024, junto a él, en el centro no había nadie; Manolo guardaba ese lugar. De repente preguntó por mí y dijo que quería que me sentara junto a él. Me apené por fuera, pero era el hombre más feliz del mundo por dentro y salí en la foto de dicho año junto a Manolo.

Cada año su salud iba para atrás. Pasaban por él temprano y desaparecía en la sobremesa. Ese año, 2024, se quedó más tiempo. De repente alguien agradecía la invitación, a otro le pedían unas palabras y él interrumpía con la mayor de las elegancias al orador en turno. Nadie se podía imaginar que estaba enfermo de algo irreversible; lo viví con mi padre y día a día se nubla más tu cerebro. Pues ese día estaba más lúcido que el sol de junio.

Con esas enseñanzas en mi vida, dejó estas letras. No me gusta que la gente sufra y él sufría. Hoy está mejor sentado junto a Dios, que tiene todos los canales del mundo para ver todos los juegos. Por supuesto que descansará en paz.
Gracias, Manolo.

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