PEN America ha documentado casi 23,000 prohibiciones de libros en escuelas públicas de Estados Unidos desde 2021. Esta censura, impulsada por grupos que defienden posturas conservadoras, se ha extendido a casi todos los estados del vecino país del norte y se dirige principalmente a libros sobre raza y racismo, obras que presentan a personas de color y LGBTQ+, así como a aquellos dirigidos a lectores mayores que contienen referencias sexuales o abordan la violencia sexual.
En el ciclo escolar 2024-2025 la organización, sin fines de lucro, registró 6.870 casos de prohibiciones de libros que afectaron a casi 4.000 títulos únicos. Por tercer año consecutivo, Florida fue el estado número 1 en prohibiciones de libros, con 2.304 casos de prohibiciones, seguido de Texas con 1.781 prohibiciones y Tennessee con 1.622.
Los 15 libros más prohibidos en el año escolar 2024-2025incluyen al clásico de Anthony Burgess, La Naranja Mecánica, dos libros de la serie Corte de Rosas y Espinas de Sarah J. Maas, y Diecinueve Minutos de la exitosa novelista Jodi Picoult, sobre el desarrollo de un tiroteo escolar.
En muchos distritos, esos libros fueron señalados como “ideología de género”, “propaganda racial” o “material inapropiado para menores”.
Bajo el discurso de “proteger a los niños”, se desmanteló una de las bibliotecas más diversas que había tenido el sistema educativo estadounidense. Y aunque las prohibiciones suelen gestarse a nivel estatal o local, la administración de Trump eliminó toda supervisión federal sobre estos vetos, dándoles vía libre.
De los despachos de Washington a las aulas
En enero de 2025, el U.S. Department of Education anunció que ponía fin a lo que denominó “el engaño del book ban hoax”. En esa misma declaración, se informó que la Oficina de Derechos Civiles ya no investigaría denuncias relacionadas con la censura escolar y que el cargo de bookban coordinator (coordinador de prohibición de libros), creado durante el gobierno de Biden, sería eliminado.
En palabras del entonces secretario de Educación, la prioridad era “devolver el control a los padres y los distritos”. En la práctica, eso significó dejar sin protección federal a estudiantes y maestros que antes podían denunciar censura.
La medida coincidió con nuevas directrices del Pentágono que ordenaban revisar materiales educativos en escuelas del Department of Defense Education Activity (DoDEA), donde estudian hijos de militares. Según military.com y AP News, cientos de títulos fueron retirados, incluidos manuales sobre derechos civiles, equidad racial y estudios de género. En la Academia Naval de Annapolis, casi 400 libros desaparecieron de los estantes, entre ellos textos de Gabriel García Márquez, Isabel Allende y Julia Álvarez, por contener “enfoques ideológicos inapropiados”.
La cultura como campo de batalla
El puritanismo editorial no es nuevo en EE.UU., pero su alcance reciente responde a una agenda política más amplia. Desde Florida hasta Texas, leyes como la HB 1069 (aprobada en 2023) permiten que cualquier padre solicite retirar un libro si considera que contiene “contenido sexual o moralmente inadecuado”.
El resultado: bibliotecarios bajo amenaza, maestros autocensurados y estudiantes que ven cómo desaparecen de las aulas obras fundamentales de la literatura moderna.
Títulos como The Bluest Eye de Toni Morrison, Maus de Art Spiegelman o Gender Queer de Maia Kobabe han sido recurrentemente vetados. Pero la ola reciente alcanzó también autores latinoamericanos como Sandra Cisneros, Junot Díaz o Esmeralda Santiago, cuyos libros sobre migración y desigualdad fueron tildados de “políticamente divisivos”.
El informe de Euronews Culture advierte que, en varios distritos, “los libros que retratan personajes latinos o afroamericanos están siendo desplazados bajo el argumento de mantener la neutralidad ideológica”.
La paradoja de la libertad
Resulta irónico que el país que se presenta como defensor de la libertad de expresión encabece hoy las estadísticas de censura literaria en el mundo occidental.
El acto de prohibir libros no solo borra voces: borra contextos, memorias y matices. En un aula donde ya no se lee a García Márquez o a Morrison, se forma una ciudadanía menos capaz de comprender el dolor, la migración o la otredad.
Mientras la administración de Trump celebra el “fin del engaño de los book bans”, organizaciones de derechos civiles alertan sobre una generación que crece entre silencios impuestos. Los libros que desaparecen no lo hacen por accidente, sino por decisión política. Y cada estante vacío revela una pregunta inquietante: ¿qué teme un gobierno de lo que pueden aprender sus jóvenes?
En tiempos donde las pantallas dominan la atención, quizás el acto más subversivo vuelva a ser el más sencillo: leer un libro que alguien quiso prohibir.
¿Y en la Alemania nazi?
Las estadísticas podrían remontarnos a un viejo capítulo de la historia. Cuando en mayo de 1933, apenas tres meses después de que Adolf Hitler llegara al poder, estudiantes universitarios afiliados al régimen nazi llevaron a cabo ceremonias de quema de libros en varias ciudadese. Durante estos eventos, destruyeron libros etiquetados como “no alemanes” (“undeutsch”), incluyendo obras de autores judíos, pacifistas que criticaban la guerra y trabajos que promovían movimientos políticos de izquierda, como el socialismo y el comunismo.
Aunque las circunstancias y los contextos son diferentes, la esencia de la censura persiste: el control del conocimiento y la supresión de voces disidentes. Hoy, en Estados Unidos, se están retirando libros que abordan temas de raza, género y sexualidad, especialmente aquellos que representan a comunidades históricamente marginadas. La pregunta es: ¿estamos permitiendo que la historia se repita?
Las historias nos dicen quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser.
Por eso, cuando se les niega a los jóvenes el derecho a leer, no solo se les arrebata un libro: se les roba la posibilidad de imaginarse distintos, de pensarse libres, de verse reflejados en las páginas del mundo.
Mientras los estantes se vacían, el eco de las hogueras de 1933 resuena, disfrazado de moral y de orden.
Porque todo imperio que teme a sus libros teme también a su espejo. Y cuando un gobierno decide qué puede o no ser leído, lo que realmente intenta decidir es qué puede o no ser soñado.
X: @delyramrez

