Desde hace años, tengo cierta adicción a la política española.
(A la literatura española también. A su comida, a sus poetas, a sus músicos, a su cinematografía).
En ese sentido, tengo la gracia de ubicar a los diputados de los distintos partidos, una vez que no me pierdo los debates parlamentarios.
De la marquesa Cayetana Álvarez de Toledo, exportavoz del Partido Popular (PP) en el Congreso de los diputados, rescato su belleza, su inteligencia y su capacidad para debatir, pero me parecen deplorables sus insultos y las mentiras en las que suele cobijarse.
Pablo Iglesias —el mejor Pablo Iglesias— la exhibió en varios momentos por todo eso, y por su proclividad a la derecha.
(Por no decir: ultraderecha).
En efecto, doña Cayetana está más cerca de VOX que del PP.
Su inédita y vergonzosa defensa del impresentable Santiago Abascal, dirigente de VOX, ya forma parte de la historia universal de la infamia.
Por todo esto es que llama la atención cómo es que algunos incautos ven a la marquesa como alguien con autoridad moral como para venir a México —a un foro de Ricardo Salinas Pliego (otro impresentable)— a dar cátedra de lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer.
Con los mismos lugares comunes con los que descalificó a Pablo Iglesias en el Congreso de los diputados —“burro de Troya” y otras lindezas—, se le fue encima al presidente López Obrador.
Los que le aplaudieron se parecen mucho a quienes desde el Senado de la República homenajearon a Abascal y a lo que representa.
(Una de las que le prendió incienso a éste fue la hoy candidata indígena Nadia Navarro).
Siempre he creído que cualquier diputado español está muy por encima en temas de debate que cualquier diputado mexicano.
Pero eso no implica que personajes como doña Cayetana sean vistos como poderosos vigías morales o faros de la libertad.
En agosto de 2020, la periodista española Natalia Junquera narró en El País el contexto en el que fue removida la multicitada marquesa de la vocería del PP.
Vea el hipócrita lector:
“La situación se había vuelto insostenible con Álvarez de Toledo, a quien Pablo Casado ha ofrecido un puesto en una fundación del partido, Concordia y libertad, sin que ella haya respondido por ahora. ‘Actuaba más como portavoz de sí misma que del PP’, insisten fuentes de la dirección. Lo habían anticipado los barones y lo admitió ella misma en su comparecencia frente a las escalinatas del Congreso el pasado lunes: “
‘Es una forma de esclavitud formar parte de un partido en el que no te puedes expresar con libertad. La discrepancia no es deslealtad’.”
En efecto: en el Congreso de los diputados la marquesa es un cero a la izquierda, y su curul aparece perdida entre las de su partido.
Ya no sube a Tribuna ni genera polémica.
Sólo en México, ella y Abascal reciben elogios por sus juicios trasnochados.
Es el nivel de debate que quiere imponer ese gran intelectual que pasó de abonero a ser dueño de Televisión Azteca.
Alito y los Cuarenta Ladrones. Don Melquiades Morales es, entre los exgobernadores vivos, quien más elogios y respeto genera.
A donde se para, le llueven abrazos y ternezas.
Y cosa importante: sigue siendo priísta.
(El último de los priistas verdaderos).
En este proceso electoral no hemos visto a don Melquiades en los actos de los candidatos del PRIAN —léase: Eduardo Rivera y Mario Riestra.
Tampoco hay una foto con ese vocero de lo indecible —tan parecido a Abascal y a doña Cayetana en ese tono hierático—: Javier Lozano Alarcón.
Ha hecho bien.
Hay ausencias, como la suya, que pesan más que las presencias.
Buen padre, como lo ha sido siempre, don Melquiades eligió apoyar a su hijo Fernando Morales en la candidatura al gobierno de Puebla por un partido distinto al suyo: Movimiento Ciudadano.
Y ahí, junto a Fer, ha estado en momentos importantes.
Y ahí, faltaba más, lo seguiremos viendo.
Ese pozole rojo mezclado con leche llamado PRIAN no es plato que se antoje.
El exgobernador hace bien en no sentarse en la mesa de los Alitos y los Cuarenta Ladrones.
Por cierto: ya quiero ver a Fernando Morales, dueño de una respetable agilidad mental, en el debate por la gubernatura.
Digamos que, en el estilo del mejor Casius Clay, vuela como una mariposa y pica como una abeja.
Lalo Rivera no resistiría un aguijón de nuestro personaje.