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sábado, noviembre 23, 2024

El vicio de leer

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Hace muchos años, en un aula universitaria, conversábamos sobre literatura, libros y lectura. 

–¿Por qué la gente no lee? –preguntó un compañero. 

–Porque se pude vivir sin leer –respondí. 

–Pero también se puede vivir leyendo –replicó. 

Sí. Ambos estilos de vida son posibles. Es cierto que la falta de libros y su lectura no figura entre las principales causas de muerte; cierto también que se le pueden dedicar las mejores horas de la vida a las letras.  

El recuerdo viene a mi mente mientras recorro las páginas de El vicio de leer de Juan Domingo Argüelles, publicado en noviembre de 2021 por Laberinto Editores.  

Como todo aprendizaje, la lectura asidua y gozosa, es resultado del placer, la conveniencia o la disciplina. Nos mueven a la acción, el placer, el beneficio esperado o la obligación impostergable. Entonces bregamos, reincidimos y forjamos hábitos.  

El hábito lector depende de las circunstancias cuando no de un accidente afortunado. Lo que a unos deleita, en otros provoca repugnancia. 

Ojalá todo el mundo se emocionara con un texto gramaticalmente correcto y capaz de hacer sentido sobre lo versado con humor e ironía, pero nuestro gusto no tiene que ser una obligación para los demás. ¿Qué es mejor? ¿Vivir leyendo o vivir sin leer? Que lo diga cada quien. 

“Pobre gente es aquella que no lee por placer”, afirma Argüelles en el prólogo. O sea: los abstemios y los que leen con desgana o, peor aún, con frigidez. Y es que, argumenta: “al igual que el amor y el sexo, el placer es siempre desenfadado y también desprogramado, y se pierde fácilmente con la agenda, con la programación, con la obligación asignada”. 

Sí, el placer no se debe, no se puede forzar. Suena bien, aunque más de un profesor de literatura sabe que gozar el texto es de esas pasiones que no se contagian con facilidad. Al buen ejemplo y la emoción hay que acompañarlos de una que otra provocación. ¿Cómo puede ser un voraz lector quien no escribe? ¿Cómo puede escribir quien no lee? 

Las preguntas remiten al objeto de la lectura como experiencia: “la creación literaria”, “el uso del lenguaje escrito para sublimar la realidad y crear mundos alternativos en la ficción”. Al libro no sólo como puerta al conocimiento, sino a la satisfacción que lo acompaña. 

El placer que proporciona la lectura es el eje del libro a lo largo de cuyas páginas se afirma que no hay fábricas de lectores, que leer es más que identificar un mensaje, que los libros no se limitan a sustentar ideas, que muchos esfuerzos por fomentar la lectura la inhiben, que “el amor a la lectura sólo puede ser transmitido por alguien que ame los libros”. 

Entre las palabras que más se repiten están el placer, el goce, el deleite. También se ejercita la crítica y se sostiene que “los políticos, altos funcionarios, militantes ideológicos, panegiristas y apologistas del poder y propagandistas y proselitistas políticos, en todo tiempo y lugar, tienen y han exhibido una enorme ignorancia respecto del arte, la creación estética, la literatura y la divulgación de las ideas”. Se refiere, sin duda, a las autoridades griegas responsables de la muerte de Sócrates. Luego generaliza usando la expresión “en todo tiempo y lugar”. 

También alerta sobre movimientos sociales que en lugar el gozo, promueven el pozo: “Los neopuritanos se escandalizan por todo, y, especialmente, con hipocresía, por el sexo y su representación, por la sexualidad y el erotismo, sublimaciones del arte, culmen de la estética, condenando la literatura y el arte a tonterías formales de los lenguajes literarios o plásticos que no reflejan ni el conflicto ni la riqueza de la vida”. Y para colmo, no faltan quienes confunde lo que dicen los personajes de una obra, con las ideas del autor. 

Finalmente, señala que la pandemia del Covid-19 ha puesto en crisis también a la industria editorial y constata que, pese al cierre de librerías y la pausa en la publicación de novedades no se percibe un aumento en la preferencia por la adquisición y lectura de libros electrónicos, salvo en el ámbito académico. Sin exagerar el riesgo señalando que sin libros no hay librerías, no hay bibliotecas, no hay lectores; lo cierto es que la pandemia también amenaza la cultura y pone en jaque el placer del lector. 

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