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viernes, noviembre 22, 2024

La cándida Morena y su abuelo desalmado

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Cuando un ejército gana una guerra, lo natural es que los derrotados tengan los más diversos destinos.

Unos serán fusilados sin derecho de réplica.

Otros más, serán usados como ropa vieja.

Y los más sagaces, serán incorporados al ejército ganador.

Eso ocurrió en la Guerra de Independencia, en la Revolución y en esa guerra silenciosa que dio paso al México moderno.

Quienes no leen historia ignoran esa dialéctica de la política y, en consecuencia, tienen la creencia de que existen los ejércitos puros.

Morena, por ejemplo, viene siendo nieto del PRI.

(El hijo dilecto fue el PRD en su momento).

Antes del fraude de 1988, dos priistas connotados se salieron del partidazo como un borracho sale de una cantina: azotando la puerta.

Lo primero que hicieron fue dar una rueda de prensa.

Luego, en el mejor estilo mexicano, se fueron al legendario bar La Ópera, en la Ciudad de México, pidieron dos whiskies y dos moles verdes con carne de cerdo y chilacayote.

Esos personajes no lo sabían todavía, pero en su charla de bar sin cubilete empezaron a imaginar un nuevo partido político.

(Igual que Víctor Frankenstein imaginó la creación de un monstruo en una taberna de Ginebra, Suiza).

Esos dos hombres que entraron al bar La Ópera se llamaban —se siguen llamando— Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo.

(Éste ya falleció, pero su nombre sigue y seguirá vigente en todas las mesas de todos los bares de México).

Cárdenas y Muñoz Ledo crearon con los años al hijo del PRI: el Partido de la Revolución Democrática.

Como en la Revolución, un montón de expriistas se sumó a la aventura.

De pronto, cuando nadie se lo imaginaba, los expriistas empezaron a liderar un partido de izquierdas.

Los primeros en inconformarse fueron los camaradas que venían del Partido Comunista.

Para redondear su furia y la bilis negra, se fueron al bar La Ópera y consumieron varias raciones de mole verde con carne de cerdo y chilacayote, y una buena dotación de cubas libres manufacturadas con ron Bacardí.

Al terminar la farra, los camaradas ya se habían peleado y dividido, por lo que los expriistas siguieron gobernando el PRD.

Con los años, Muñoz Ledo acompañó a Andrés Manuel López Obrador a la fundación de un nuevo partido político.

Sin imaginarlo, estaban creando al nieto del PRI.

Hoy que Morena es el partido hegemónico —como el abuelo lo fue durante décadas—, algunas mentes puras e hipócritas —no hay puro que no sea hipócrita— se quejan amargamente de la llegada de expriistas a Morena.

Dichas mentes ignoran que la naturaleza de la política es la migración —de la que he venido hablando últimamente—, y apelan a un catecismo morenista que sólo existe en sus enfebrecidas mentes.

El monstruo de Frankenstein murió en el Polo Norte, cierto, pero tuvo una época de gloria, similar a la de los partidos hegemónicos, gracias a que su creador lo rellenó de buches y cuajos ajenos —sacados de un cementerio— y lo curtió con una célula sintética que contenía el genoma más pequeño del mundo.

Así nacieron el PRI, el PRD y Morena.

Lo asombroso es que todavía haya mentes santurronas que se asombren.

No les caería mal que, metafóricamente hablando, les aplicaran unas descargas eléctricas como las que en su momento Luigi Galvani, físico y médico italiano que vivió en el siglo XVIII, aplicó en una pobres e inmundas ranas muertas.

Quizá de esa manera entiendan, por fin, la dialéctica de los partidos.

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