Para nadie es un secreto que el PAN, PRI y PRD en Puebla atraviesan una crisis sin precedentes a consecuencia de que las dirigencias estatales han incurrido en un uso faccioso del poder y a su incapacidad para generar nuevos cuadros. Los puestos son repartidos entre los mismos de siempre y, como dice el dicho: Chango viejo no aprende maroma nueva.
En el PAN, por ejemplo, la Organización Nacional del Yunque, a través de su jefe político nacional, Marco Antonio Adame Castillo, decidió acomodar todo para privilegiar a la secta, sin importar si el candidato a la gubernatura, Eduardo Rivera Pérez, está de acuerdo o no en el reparto. Es obvio que le garantizaron espacios, pero los acuerdos se toman sin importar su opinión. (Es irónico: El exalcalde puede vetar a políticos del PRI o PRD, pero está maniatado contra los militantes del PAN designados por la cofradía).
La crisis de Acción Nacional sobrevino con la muerte de Rafael Moreno Valle. El partido se libró de su secuestrador, pero no supo qué hacer en libertad. Genoveva Huerta Villegas, les guste o no a mucho, propició que el partido se mantuviera competitivo pese a que tenían todo en contra. El resultado que ofreció fue muy bueno: En 2019, por ejemplo, Enrique Cárdenas Sánchez ganó la capital y la zona conurbada en la elección extraordinaria a gobernador.
Dos años después, en la elección intermedia, consiguió que los albiazules fueran la segunda bancada en el Congreso del estado, ganaron más diputaciones federales que en 2018 y los municipios más importantes los retuvieron pese a la estructura de Miguel Barbosa Huerta.
El asunto se pudrió cuando Eduardo Rivera se hizo del control del Comité Directivo Estatal del PAN, a través de Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández y Marcos Castro Martínez. Las pugnas palaciegas entre los dos, el abandono de los comités municipales, la ausencia de trabajo político y construcción de una estructura al interior del estado está cobrando las facturas y eso que ni siquiera ha comenzado la elección constitucional.
La precampaña de Rivera Pérez fue el mejor termómetro para conocer el estado que guarda el panismo poblano. La conclusión es una: Está vivo por milagro de Dios, con la carne pegada a los huesos y a un paso de la inanición.
El exalcalde cometió un grave error al marginar, perseguir y golpear políticamente a Genoveva Huerta, quien es la única panista que ha logrado aglutinar simpatías y estructuras al interior del estado. Algunos —sobre todo los lalistas— minimizan esta fortaleza, al afirmar que en la elección interna ganaron los municipios más importantes y puede que tengan razón, pero se les olvidan dos cosas: Que Genoveva perdió por unos cuantos votos, es decir, la ultraderecha no arrasó en los municipios grandes; y que aquellas localidades que el yunque menospreció son las que le permitieron a la diputada federal tener un alto nivel de competitividad.
En resumen: Allá donde Eduardo Rivera no es conocido, Genoveva Huerta entra sin problema y es reconocida como dirigente del PAN. Bajo esa tesitura, ¿no habría sido más inteligente otorgar la candidatura al Senado a una panista que ayudaría al candidato a la gubernatura a recorrer esos lugares donde ni siquiera lo conocen?
El PRI, a su vez, enfrenta una crisis interna de tal magnitud que quedará desfondado. Los únicos ganones serán aquellos que se agandallen las diputaciones plurinominales a nivel local y federal. En estricto sentido, a Eduardo Rivera solo le queda el apoyo de la familia Rivera Nava en Chignahuapan y párale de contar.
Ni el exdirigente estatal Néstor Camarillo Medina —principal responsable de la debacle—puede garantizarle al panista el respaldo de la región de Quecholac —su supuesto bastión— o alguna otra zona del estado. Pese a esa raquítica condición, el priista se hizo acreedor a la primera fórmula al Senado por la coalición “Fuerza y Corazón por México”.
Y en el caso del PRD, bueno, el chiste se cuenta solo.
Ante este escenario, Eduardo Rivera optó por recurrir a un partido, Pacto Social de Integración, que bien o mal tiene un pie en toda la entidad debido a que durante una década mamó cuanta leche emanaba del presupuesto público administrado por el morenovallismo.
Eso llevó a que este instituto local construyera una modesta estructura que, en manos de alguien que sepa de movilización electoral, puede obtener ventajas interesantes. El PSI por sí solo no alcanza para obtener la victoria a la gubernatura, ya que su función es la de ser un partido bisagra que, como el cáncer, infecta algunas zonas en específico del mapa electoral para inclinar la balanza regionalmente.
Eso era, al menos en el morenovallismo, el éxito del PSI. Pero para eso se necesitaba tener una alianza fuerte, con partidos capaces de generar competitividad y actuando cohesionados. Todos bajo una misma línea, una misma narrativa y un mismo objetivo.
Una de las características de la forma de hacer política de Eduardo Rivera es la administración del caos. Pero no crea que es una suerte de río revuelto, ganancia de pescadores. El yunquista es poco sistemático y muy desorganizado, de ahí que el caos se apodera de todo lo que toca y eso lo lleva a administrar lo que se pueda.
El PSI, en buenas manos, es un partido que sirve para aguarle la fiesta a los partidos, pero de manera municipal o distrital, nunca estatal. El exalcalde, por todo lo que ha demostrado hasta ahora, carece de la capacidad y el equipo que lo ayude a consolidar esa ventaja.
Engañado de que el PSI le ofrece lo que el PRI, PAN y PRD juntos no pueden, Eduardo Rivera apostó por poner en manos de Carlos Navarro Corro y Nadia Navarro Acevedo la conducción de su campaña. Al Yunque, a través de Marco Adame, ya les dio los espacios que necesitan, pero sabe que la secta vera por lo suyo y que él solo es un empleado más. El PRI está de relleno, mientras que Acción Nacional no tiene la fuerza que quisiera a pesar de que controla la dirigencia del partido. (El PRD, como le decimos, es la mejor broma de este proceso).
¿El PSI vale tanto como para entregarle cuatro candidaturas a diputados locales (Xicotepec de Juárez, 10 de Puebla, Amozoc de Mota y Atlixco), así como las alcaldías de San Martín Texmelucan, Teziutlán y Tlatlauquitepec? La respuesta es no, pero en la condición en que se encuentra Eduardo Rivera cualquier vendedor de espejitos hace su agosto.