Aunque públicamente ha minimizado la ruptura que se vive al interior del PRI, Eduardo Rivera Pérez está muy preocupado por el evidente boquete que él mismo provocó en su campaña al aplicar su clásico sectarismo. El precandidato del PAN-PRD-PRD-PSI no midió la gravedad de sus acciones al vetar a Jorge Estefan Chidiac, el verdadero líder del PRI en Puebla, y el impacto que traería en todo el priismo. Como toda tragicomedia, Eduardo Rivera primero festejó con sus más cercanos el haber demostrado su capacidad de veto en contra de quien acusa de haber impulsado las aspiraciones de Alejandro Armenta Mier. Pero después llegó la preocupación y fue in crescendo. A su burbuja yunquista llegaron reportes sobre el enojo priista en toda la entidad por el maltrato a su líder que se combinó con el malestar que ya existía por la decisión del exmunícipe de preferir los servicios de Pacto Social de Integración y darle un jugoso reparto de candidaturas pese a que su potencial de votación a penas y llega a uno por ciento. Nos dicen que uno de los primeros en detectar el enojo priista fue el jefe nacional del Yunque que ha sentado sus reales en la entidad, Marco Antonio Adame Castillo, quien había asumido la tarea de acercamiento con todos aquellos cuadros políticos de todos los partidos que ofrecen un bien nivel de competitividad electoral. Conforme pasaron los días, la narrativa de un éxodo priista hacia Morena cuajó de tal modo que se daba por hecho que el PRI quedaría como la gallina a la que le cortas la cabeza y su cuerpo sigue corriente por doquier. La situación, nos enteraríamos más tarde, era peor. Y el clavo más grave al ataúd llegó por la vía de Silvia Tanús Osorio, quien el 15 de enero pasado anunció su salida del PRI y su unción como diputada independiente. El golpe desquició a Eduardo Rivera, quien una noche anterior había llamado en varias ocasiones a la priista para convencerla de mantenerse en la oposición. El esfuerzo fue infructuoso y Eduardo Rivera sabía que vendría un escándalo debido a que quien anunciaba su salida del PRI era ni más ni menos que su exsecretaria en el Ayuntamiento de Puebla. Eso significa solo una cosa: Que ni su antigua aliada creía en su proyecto político y que los priistas de cepa llevarían al extremo su rompimiento por la decisión suicida del panista de inmiscuirse en la vida de un partido al que no pertenece. Las cartas fueron puestas en la mesa. La respuesta pública del panista fue minimizar la situación, pero el daño estaba hecho. Se estima que en unos días arribara a la dirigencia estatal del tricolor Lázaro Jiménez Aquino, uno de los hombres más cercanos a Alejandro Moreno Cárdenas, alias Alito, para rescatar al partido. Lo que encontrará será un panorama complicadísimo y el principal responsable de todo es el precandidato de la oposición.