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jueves, noviembre 21, 2024

Se Solicita Féretro para Cadáver Errante

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En tiempos de Julio Scherer, la revista Proceso cimbraba al país.

La fuerza de sus reportajes —bien documentados, y escritos con una prosa impecable— hacía caer a funcionarios, gobernadores y demás implicados en las tramas reveladas.

Los domingos, muy temprano, yo llegaba al puesto de periódicos a comprar Proceso y a veces me enteraba que ya se había agotado.

La peregrinación implicaba, en ocasiones, recorrer infructuosamente todos los puestos del barrio de Coyoacán.

Ante la ausencia de la revista, no me quedaba más que ir al Sanborns más cercano para hacerme de un ejemplar.

Compraba la revista como un adicto a la cocaína adquiere unos gramos con su dealer: tembloroso, sudando frío, metido en la adrenalina.

Ya con Proceso en mis manos, caminaba muy lentamente mientras iba leyendo el número de esa semana.

Caminaba sin ver, paso a pasito, tropezándome con las mesas con libros o con otros clientes.

Scherer tenía en Vicente Leñero no sólo a un amigo leal, inteligente y confiable, sino a un creador de cabezas periodísticas geniales.

Como buen hombre de teatro, como excelente lector y escritor que era, Leñero inyectaba la dosis necesaria de dramatismo en las cabezas, los sumarios y los llamados.

La suya era una extraña fusión del mejor periodismo con la mejor literatura.

La foto de portada —normalmente tomada por el gran Juan Miranda— cerraba el ostión.

Un diálogo entre Scherer y Miranda retrata a la perfección la cercanía que había entre ambos:

—El señor director quiere que sepa cómo lo quiere y admira el señor director —le dijo don Julio.

—Ah, pues dígale al señor director que estoy muy agradecido con el señor director —respondió el fotógrafo.

—Créame, don Juan, que lo que más admiro de usted es su capacidad de ironía, porque es sinónimo de inteligencia —remató el viejo periodista.

Cuando Scherer y Leñero se alejaron de la revista, y el primero la puso en manos de Rafael Rodríguez Castañeda, algo se descompuso.

El reloj de Proceso empezó a fallar.

Algo faltaba en los contenidos.

La revista empezó a volverse monótona, repetitiva.

Y lo más importante: ya no cimbraba al país entero.

Hoy, Proceso es una mala copia de lo que algún día fue.

Ya no hay el suficiente rigor en la información.

La prosa de sus reporteros, salvo algunas excepciones, se ha vuelto deshilvanada.

Las contradicciones en los reportajes (como el dedicado al gobernador Barbosa y a Roberto Gil Zuarth en el más reciente número, a propósito de la UDLAP) son evidentes.

Le recomiendo a quien lee estas líneas el texto que en la edición de este lunes de Hipócrita Lector escribió el periodista Ignacio Juárez sobre las pifias y las contradicciones de dicho reportaje.

¿Dónde quedaron los dones de Proceso?

¿En qué hemeroteca duermen el sueño de los justos?

Ya no se ve en las calles o al interior de Sanborns la escena que narré líneas atrás: a los lectores adictos a Proceso leyendo el ejemplar semanal paso a pasito al tiempo que se tropiezan con los estantes de libros.

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