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sábado, noviembre 23, 2024

Relájese y resígnese… (o reinvéntese)

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Fin de año, cierre de ciclos. 

Se está acabando el año y quizá sea un buen momento, no sólo para compartir con la familia y los amigos, sino para reflexionar, para evaluar y para proyectar. Después de todo, el calendario sigue conservando el encanto premoderno que acompaña a la idea del tiempo cíclico. Viene a mi mente un viejo manual de gestión titulado Tu empresa secreta. Ideas y prácticas divertidas para descubrir y desarrollar tus proyectos personales y profesionales, de Carlos Rebate, publicado hace ya una década (2014) por Empresa activa. Y lo recuerdo porque el capítulo dedicado a la evaluación se titula “Fracaso excelente” bajo la premisa de que “fracasar con excelencia es una divertida y sofisticada forma de tener éxito”. Desde luego, lo óptimo es conquistar y superar todas las metas, pero, ¿y si no? 

Antes de compartir el ejercicio que propone Rebate quiero ofrecer a la lectora y al lector una disculpa por la ausencia. Ésta es apenas la séptima columna del año. Y es que, persiguiendo ilusiones, asumiendo retos, gastando la vida en el día a día, las jornadas se hacen breves. Y la maldita costumbre de dormir ocho horas no ayuda a poner en orden y por escrito la imaginación y el deseo, la construcción de conocimiento y los juicios sobre las palabras, los actos y los hechos. Fue un buen año, hubo salud, paz y mucho amor. Mucho café, buenas lecturas. Tiempo, aunque no mucho, para la escritura creativa. Travesuras y travesías académicas. Encuentros y despedidas. Sobra decir que una de las 12 uvas que ya preparo para el 31 de diciembre tiene que ver con que esta columna vuelva a ser semanal. 

Ahora sí. Para evaluar los proyectos personales, laborales, de emprendimiento, de aprendizaje y de enseñanza, Carlos Rebate propone una serie de preguntas relacionadas con las ilusiones, los retos, las lecciones aprendidas, la acción y la innovación, así como la gratitud y el reconocimiento además de las buenas prácticas. A mí me gusta relacionar la primera pregunta con los pasados propósitos de año nuevo, pero en realidad se refiere al comienzo de cualquier emprendimiento. Va. A ver qué tal.  

¿Qué te hacía una ilusión terrible? 

¿[Qué] te puso frente a situaciones nuevas y complicadas? ¿situaciones que ni imaginabas hace cinco años? ¿Era lo suficientemente ambicioso? 

¿Te obligó a aprender a un ritmo acelerado? ¿Te ayudó a ser mejor persona y mejor profesional? 

¿Diste pasos reales con tu decisión? ¿Conseguiste logros rescatables? 

¿Desafió tu capacidad para innovar? 

¿Te ayudó a entablar relación con personas más brillantes, entusiastas o sabias que tú? ¿Hiciste amigos que te acompañarán en nuevas aventuras? 

¿Te sirvió para ayudar, inspirar, formar o ilusionar a otras personas? 

Se trata de un ejercicio rápido y simple, pero no inocente, ya que responder las preguntas ayuda a mantener en la memoria la misión y la visión personal, a confirmar los propios valores y a construir un centro basado en principios. Un método fácil para persistir en lo importante y no agobiarse en tareas inútiles. Un cuestionario que ayuda a cerrar ciclos y soltar, por un lado, y asumir nuevos retos o renovar compromisos, por otro. 

Y ya que se trata de cerrar ciclos, les comento que con este año concluye mi colaboración en la Escuela de Formación Docente y Desarrollo Académico de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Dejo el escritorio y me reincorporo a mis actividades docentes con el corazón lleno de gratitud. Ha sido un tiempo de gracia y crecimiento personal. Ahora sé que hay garbanzos de a libra, aunque no muchos (de hecho, muy pocos, pero los hay), y que cuando uno encuentra la aguja en el pajar, esa aguja es de oro (vale la pena hurgar). Aún recuerdo cuando antes de comenzar con esa tarea me entrevisté con la entonces vicerrectora de Docencia, la maestra María del Carmen Martínez Reyes, y le pregunté cuál era la línea de trabajo, el objetivo, la meta que yo tenía que alcanzar. “Lo único que quiero es que los docentes hagan mejor su trabajo”, fue su respuesta. Con esa idea en mente entré todos los días a mi cubículo. Le pusimos cerebro, corazón y, a veces, un cachito de hígado. Espero que mis compañeras y mis compañeros hayan encontrado durante este tiempo algo útil para transformar su práctica. A eso le aposté y dediqué los recientes ocho años de mi vida. Vendrán cosas mejores. 

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