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lunes, noviembre 25, 2024

Dos adicciones: drogas y poder (Retrato hablado de la maldad)

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El poder es el veneno más dulce, pero, también, el más amargo.

Si se bebe en la mañana, embriaga.

Por la tarde ya se convirtió en una borrachera.

¿Y qué decir en la madrugada?

Es un dolor de huevos.

“Resaca” es una palabra demasiado elegante para definir esa sensación.

El poder no es eterno.

Dura apenas un segundo, un parpadeo.

Lo mejor de éste es que cambia de manos, pero no todos lo entienden.

En “Un verdor terrible”, Benjamín Labatut, brillante escritor chileno que escribe y piensa en inglés, habla de un personaje siniestro que era adicto a las metanfetaminas y al poder: Hermann Göring, líder nazi que se disfrazaba como Nerón, el emperador romano cruel y violento que fue considerado un “exhibicionista travesti”.

En los meses previos a los juicios de Núremberg, escribe Labatut, los doctores notaron que las uñas y las manos de Göring estaban teñidas de un rojo furioso.

“Pensaron —equivocadamente— que el color se debía a su adicción a la dihidrocodeína, un analgésico del que tomaba más de cien pastillas al día”.

A la hora de ser detenido, el brutal asesino llevaba en su maleta el esmalte para las uñas y “veinte mil dosis de su droga favorita”.

¿Qué fue primero en el caso de Göring: el poder o las drogas?

Una cosa lleva a las otras.

El delirio de poder es la droga más potente jamás inventada.

Nerón no tomó metanfetaminas, pero su exhibicionismo —que duró los catorce años que fue emperador— fue el equivalente.

La locura de Nerón-Göring no es única.

Muchos hombres de poder han sido víctimas de ese mal.

Un mal, por cierto, que en la antesala estuvo lleno de cosas maravillosas.

Si los hombres de poder no entienden que éste tiene una fecha de caducidad, perseverarán en el mal.

Sobra decirlo: el daño es irreversible.

En el brutal libro del que habló, Benjamín Labatut narra que Göring fue condenado a morir en la horca.

“Pidió ser fusilado: no quería morir como un criminal común y corriente. Cuando supo que iban a negarle su último deseo, se mató mordiendo una ampolla de cianuro que había escondido en un frasco de pomada para el pelo, al lado del cual dejó una nota donde explicaba que había elegido darse muerte por su propia mano, ‘como el gran Aníbal’.”.

Cosas de la vida: Göring vivió como Nerón, pero murió como Aníbal, el denominado “padre de la estrategia”.

Su vida hubiese sido muy distinta si su ecuación la hubiera hecho al revés.

Qué lección tan brutal para los adictos al poder.

Al leer “Un verdor terrible” no pude dejar de pensar en quienes nacen en un día soleado y mueren en medio de la tormenta.

Disculpe el hipócrita lector este arrebato, pero a Labatut lo tienen que leer los científicos y los políticos.

Uno, para entender la dimensión del mal.

Otros, para no terminar viviendo en el huevo de la serpiente.

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