Más allá de si se simpatiza o no con el proyecto político de Eduardo Rivera Pérez, la pregunta más importante que dicho personaje genera está basada en su capacidad como autoridad. Vea usted: El panista arribó, una vez más, al Palacio Municipal por el voto de castigo que la ciudadanía ejerció en contra Claudia Rivera Vivanco, cabeza de un gobierno salpicado de escándalos, sospechas de corrupción, sobreejercicio de los recursos e incapaz de dar respuesta a las demandas de servicios y obra pública que la ciudad tiene. Se suponía que por haber sido alcalde en el periodo 2011-2014, Rivera Pérez tenía toda la experiencia para sacar adelante el municipio, ofrecer resultados y con sus acciones potenciar su proyecto político. A eso habría que sumarle que, por fin, se había librado de las garras del morenovallismo y si bien el gobernador Miguel Barbosa Huerta no lo quería, tampoco estaba dispuesto a perder tiempo con el yunquista. El problema es que, a estas alturas, el corte de caja es bastante lamentable. A unas cuantas semanas para que deje la alcaldía de Puebla para irse como candidato del PAN-PRI-PRD a la gubernatura —cuya unción será por dedazo—, ¿qué hemos visto del gobierno de Eduardo Rivera? De entrada, la ciudadanía ha tenido que soportar a una administración municipal sin proyecto ni planeación y evasiva de sus responsabilidades prioritarias, principalmente en su incapacidad para hacer frente a la inseguridad que azota al municipio. Hemos visto a un presidente municipal con un gusto extraño por disfrazarse de botarga de ocasión, cuyo posicionamiento e imagen en las preferencias electorales ha costado bastantes millones de pesos del erario. El ambulantaje ahí está. Las trabajadoras sexuales en el Centro Histórico ahí siguen. Los mercados siguen siendo la guarida del crimen organizado. Las obritas callejeras —muy al estilo Mario Marín Torres— son el pretexto perfecto para justificar un trabajo que carece de sustancia, a tal grado de que a menos de un año de que concluya la gestión es imposible definir cuál es la obra pública que caracterice a este trienio panista. Hemos visto excesos en gastos superfluos y un gabinete que está más interesado en sus luchas intestinas y hablarle al oído al edil que en dar resultados. También hemos sido testigos de un ansia enfermiza de este Ayuntamiento por la recaudación a costa del bolsillo de los ciudadanos. Cuando no inundaron la ciudad de multas de tránsito, impusieron los parquímetros. Los derechos que cobra la Comuna también han sufrido aumentos. Poco se sabe, pero es evidente en el ciudadano que debe pagar por esas alzas que esconde la Ley de Ingresos. Para colmo, esta ha sido una administración panista sobre la que pesan fuertes sospechas de corrupción en la asignación de contratos. ¿Y en el ámbito político? Eduardo Rivera se va con un presidente auxiliar encarcelado —muy al estilo de Moreno Valle—. Sin adversarios reales en el PAN, Lalo Rivera tenía la oportunidad de crear una gran corriente política a su favor que cobijara sus aspiraciones a la gubernatura, pero solo nos dejó muestra incontrovertible de su sectarismo. ¿Cómo olvidar aquella ocasión en que dejó la investidura municipal para convertirse en el mapache panista que impusiera a la dirigencia estatal? Eduardo Rivera tiene todo el derecho de buscar el cargo de elección que quiera, pero a nosotros como ciudadanos nos toca definir si es la opción que se necesita. Y partimos de un hecho: Si no pudo con la ciudad de Puebla, cómo podrá con un estado tan complejo y problemático como Puebla.