En la turbulenta esfera de los conflictos contemporáneos, como los que se despliegan en Ucrania y entre Hamas-Israel, encontramos un desafío constante y profundo para nuestra brújula moral. Estas guerras, cada una con sus intrincadas raíces históricas y complejidades políticas, nos confrontan con preguntas fundamentales sobre justicia, humanidad y supervivencia. En este contexto, la tarea de mantener una brújula moral no es solo urgente, sino también extraordinariamente complicada. Pienso ahora en Ortega y Gasset para navegar ese dilema. En “Meditaciones del Quijote” (1914), Ortega y Gasset afirmó: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.”
Esta declaración puede interpretarse en el contexto de la relatividad moral, sugiriendo que nuestras decisiones y juicios morales están profundamente influenciados por nuestro entorno y nuestra situación. La moralidad no es algo fijo, sino que está en constante interacción con el mundo que nos rodea.
Es crucial reconocer que la guerra, por su propia naturaleza, distorsiona la percepción de lo que consideramos moralmente aceptable. Actos que en tiempos de paz serían inimaginables, como la destrucción y la muerte, se convierten en aspectos cotidianos de la existencia en tiempos de guerra. Esto plantea la pregunta: ¿cómo puede uno adherirse a principios morales en un contexto donde la violencia y el sufrimiento son omnipresentes? Aunque Ortega y Gasset no utilizó el término “brújula moral”, su énfasis en la vida auténtica y la reflexión crítica implica la necesidad de una orientación moral interna. En “La rebelión de las masas” (1930), habla de la importancia de no ceder ante lo que él llama “las masas”, lo que podría interpretarse como un llamado a resistir la presión de conformarse con normas morales no examinadas y a buscar una comprensión más profunda y personal de lo que es correcto y justo.
Hacer gala de empatía y entendimiento puede ayudarnos un poco. En la guerra, la deshumanización del “otro” es una táctica comúnmente utilizada para justificar la violencia. Romper esta barrera de deshumanización, esforzándonos por comprender las experiencias y sufrimientos de todos los involucrados, puede ser un paso hacia la preservación de nuestra humanidad. Esto no significa justificar todas las acciones en un conflicto, sino más bien reconocer la complejidad y la humanidad inherente en cada lado. Ortega y Gasset resalta constantemente la importancia de la individualidad y la responsabilidad personal. Esto es relevante en el contexto de la ética y la moralidad, ya que sugiere que cada persona tiene la responsabilidad de reflexionar y decidir por sí misma qué es moralmente correcto, en lugar de simplemente seguir las normas impuestas por la sociedad o un grupo.
La empatía por sí sola no es suficiente. La guerra a menudo presenta dilemas morales profundamente intrincados. Por ejemplo, ¿cómo equilibrar la autodefensa frente a la agresión con la protección de los civiles inocentes? En el caso de Ucrania y el conflicto entre Hamas-Israel, vemos cómo la autodefensa es invocada regularmente por todas las partes involucradas, pero con consecuencias devastadoras para la población civil. Navegar estos dilemas requiere no solo empatía, sino también un análisis crítico de las acciones y sus impactos, así como un compromiso con principios éticos universales como la justicia y los derechos humanos.
Otra dimensión clave en el mantenimiento de una mínima brújula moral en tiempos de guerra es el papel de la información y la propaganda. En la era digital, la información se convierte en un arma tan poderosa como las balas y las bombas. La manipulación de la información y la proliferación de narrativas sesgadas pueden moldear la percepción pública y, en consecuencia, influir en las decisiones morales y políticas. Por lo tanto, buscar activamente una comprensión completa y veraz de los conflictos, resistiendo las simplificaciones y las narrativas unidimensionales, es fundamental para cualquier juicio moral en tiempos de guerra.
En un mundo globalizado, la responsabilidad moral se extiende más allá de las fronteras nacionales. La comunidad internacional, a través de sus diversas entidades y organismos, tiene un papel crítico que desempeñar. Sin embargo, este papel ha sido objeto de críticas y debates. Por un lado, la intervención internacional puede ser vista como una necesidad moral para prevenir atrocidades y proteger a los inocentes. Por otro lado, la historia ha demostrado que tales intervenciones a menudo vienen con sus propias complejidades y consecuencias imprevistas. Por lo tanto, la comunidad internacional debe navegar cuidadosamente entre la inacción y la intervención excesiva.
Aunque la guerra puede parecer un escenario donde la moralidad es la primera baja, es precisamente en estos momentos de crisis donde los principios morales son más necesarios. La guerra, con todo su horror y tragedia, también puede ser un catalizador para actos extraordinarios de valentía, compasión y humanidad. Estos actos, grandes y pequeños, reflejan la resistencia de la brújula moral incluso en las circunstancias más sombrías. La guerra no exime a los individuos ni a las sociedades de la responsabilidad moral; más bien, plantea un desafío para reafirmar y redefinir nuestros principios éticos. No se trata, a mi parecer, de tomar partido, sino de conducirnos ante los conflictos bélicos más con la razón que con la pasión y la ideología. En La rebelión de las masas escribe Ortega: “El pacifista ve vicio. Pero olvida que, antes que eso y por encima que hacen los hombre para resolver ciertos conflictos La guerra es un invento, no un instinto. Los animales la desconocen y es de pura institución humana, cómo la ciencia o la administración”. Por eso, en sus palabras, la guerra es sucia espalda y solo podemos ver su tosquedad, su horror.