El Movimiento de Regeneración Nacional no es un conglomerado ideológico.
El pegamento que da unión a los más contradictorios elementos se da en función de la atracción del liderazgo carismático de Andrés Manuel López Obrador y la añoranza precolonial mexica de la figura del caudillo.
Es entonces morena la unión entorno a la esperanza. A la esperanza del renacimiento de México, de la grandeza del país y de su pueblo.
No hay en ello ningún rito comunista.
No se persigue la abolición de la propiedad privada o la fantasmal alegoría de la revolución marxista-cultural.
Ideológicamente morena se articular entorno al Humanismo Mexicano, a la democracia participativa y a la revolución de las conciencias. Se enarbola al pueblo y al pueblo mismo se le responsabiliza de su emancipación: Sólo el pueblo organizado salvará a la nación.
Entonces, ¿por qué espontáneamente los empresarios de calzado italiano se tintan sus chalecos finos de color guinda? Más aún, ¿por qué se les admite?
La transfiguración no es un elemento único del relato bíblico.
El chapulineo es un arte que sólo los artistas del sistema saben delinear.
El chapulineo es reclamado o recibido con faena según el propio interés de clase; en este caso, de la clase militante; es decir, resulta intrascendente el sentir y expresión de las bases del partido. Si la clase política o la militancia cupular santifica como perfil político a algún exneoliberal, no hay protesta que valga. Cualquier descalificación identitaria es refutada con el magno argumento de la unidad.
Solamente la colectividad fortalecida puede evitar la transfiguración descomunal. Tenemos ejemplo de ello en la Ciudad de México, con el proceso de Clara Brugada.
La ventaja de la gran ciudad reside en el aura izquierdista instalada gubernamentalmente desde los años 90’s. La Ciudad de México no puede entenderse sin el progresismo.
La militancia de izquierda en la Ciudad de México mostró coordinación en cuanto al propósito colectivo: mantener a la ciudad de izquierda, con un perfil de izquierda.
Se articularon todos: las bases, los distintos liderazgos partidistas, gubernamentales, mediáticos, periodísticos, e incluso colaboradores cercanos del presidente López Obrador. Se entendió el sentido: la izquierda dijo Omar no, Clara sí. Y así ocurrió.
La desventaja se presenta cuando no hay una articulación como la antes señalada; cuando el monopolio de la decisión de izquierda se funda en la marginalidad ideológica de los cuadros políticos profesionales, que se auto perciben voceros y depositarios del sentir de la militancia, incluso, piensan por la base porque creen que es lo más conveniente para las masas.
Tener una vanguardia, un partido de cuadros y no de masas.
Un partido donde las bases no protesten, donde sólo se limiten a dar likes en publicaciones de Facebook y a tronar la matraca en los sudores mitineros.
En ese hipotético no se podría recriminar a la izquierda el hecho de “entregar la plaza” al glamour empresarial. Más bien, los aparentes cuadros de izquierda legitimarán la entrega y la sesión programática por supervivencia política, por conveniencia laboral o por circunstancia profesional.
La izquierda colectiva no existe, pues se vislumbra como en el caso de la Ciudad de México en la unificación de todos. Para la defensa de los espacios la izquierda se convierte en un solo ente, es la protesta unificada entre el pueblo y los altos cuadros burocráticos… pero de izquierda.
Próximamente, ¿la izquierda entregará la plaza?
No, no es la izquierda. Son altos burócratas, que dicen decidir por la izquierda. Por la izquierda no hay quien decida, pues la izquierda no ha llegado.