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sábado, noviembre 23, 2024

La vida en el tiempo y el espacio

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La biogeografía es la culminación razonada de los mitos. La necesidad atávica que tenemos los humanos de explicarnos el surgimiento del universo, de encontrar ese punto y momento de unión entre cada elemento o fenómeno natural y su origen abandonó el ámbito grisáceo de los mitos y se adentró en sendero luminoso de la ciencia. 

Desde luego, las antiguas explicaciones poseen rasgos intuitivos muy valiosos, como la que encontramos en el Popol Vuh, donde se nos cuenta que los dioses crearon a los seres vivos y asignaron a cada uno de ellos lo que ahora nombramos como su papel ecológico. O el relato nahua que habla de una divinidad llamada “Dos senderos”, quien arroja un huevo al cielo que genera la primera pareja humana. Enseguida, forma los astros, animales y plantas. 

La biogeografía es, además, un ejemplo típico de la gestación y consolidación de las ciencias híbridas. Otro ejemplo claro es la Inteligencia Artificial, asunto que ya hemos abordado en estas páginas. Este enfoque hipercientífico no responde a una necesidad de interponer simplemente disciplinas del conocimiento; de tomar algo, una técnica, un concepto de aquí y de allá, sino de fusionarlas cuando así lo exige la teoría que se ha nutrido de la experiencia.  

Como lo demuestran Mario Zunino y Aldo Zullini en su libro intitulado Biogeografía. La dimensión espacial de la evolución (1995), se produce una retroalimentación entre dos o más maneras de acercarse a la naturaleza, digamos, entre la fisiología animal y vegetal, y las técnicas de escudriñamiento del ADN; entre la biología evolutiva y la geografía física; entre la paleoantropología y la neurociencia (como vimos en la entrevista con el destacado especialista, Harry Jerison, que Mercurio Volante publicó en julio de 2023). 

Tampoco debemos olvidar que esta es una tendencia en todas las áreas del conocimiento, al menos desde mediados del siglo XX hasta nuestros días. 

A partir de las investigaciones fundacionales de Alfred Russell Wallace y Charles Darwin, diversos investigadores han emprendido la colosal tarea de levantar un mapa de la distribución de especies y su transcurrir en el tiempo geológico. Desde hace décadas se emplean técnicas analíticas del ADN mitocondrial y de bioacústica) 

 ¿Cómo habitan diversas especies un espacio determinado en un tiempo dado? ¿Son las representaciones arbóreas la mejor manera de establecer las relaciones filogenéticas de los grupos biológicos? ¿Existe una dimensión fractal en los árboles de la vida? ¿Qué tienen en común especies que habitan en un continente con otras que se han desarrollado en una isla? ¿Provienen de una sola rama o se trata de grupos distintos? 

Se sabe que los árboles son, en efecto, la mejor forma de trazar dichas relaciones filogenéticas de las especies y su distribución espacio–temporal. También se ha demostrado que se comportan de manera fractal, es decir, se produce una figura autosemejante, la cual tiende a repetirse en diferentes escalas de aumento.  

Reflexionar alrededor de tales cuestiones es de enorme utilidad a fin de conocer el planeta donde vivimos, desde luego, pero también para aceptar activamente nuestra responsabilidad en la conservación de las especies frágiles, expuestas a nuestro apetito humano. Hay ciertos equilibrios, parámetros de orden físico–químico que no deben de rebasarse, so pena de generar mayor caos.  

¿La vida tal como la conocemos está en riesgo? Sabemos que un número significativo de especies han desaparecido a causa directa de la intervención humana y otras se encuentran el peligro de extinción. Al mismo tiempo, se han descubierto nuevas especies, incluso de organismos superiores, de los que no teníamos idea de su existencia. 

El problema es que, excepto en periodos cataclísmicos, hay una tasa “normal” de extinción biológica. Cuando se exceden estos números, se habla de extinción masiva. Hasta donde sabemos, hoy en día estamos presenciando algo parecido a una desaparición acelerada, anormal, de organismos vivos. 

Creamos o no en el cambio climático, el milenario movimiento de las cosas, un movimiento cuasiperpetuo, sumado al complejo comportamiento e intereses de los grupos humanos, está gestando un escenario inédito y poco halagüeño. (CCh) 

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