La verdadera operación cicatriz debería ser entre los operadores y matraqueros de los dos principales contendientes. La guerra aún se mantiene ahí. Los otros cinco competidores, exceptuando a Claudia Rivera, al final fueron de chocolate. La disputa siempre fue entre dos: Alejandro Armenta e Ignacio Mier.
Por ello, los seguidores de ambos, entre operadores, políticos, periodistas, matraqueros, matraqueras y matraqueres, continúan confrontados. Amenazas, actitudes soberbias, comentarios hirientes imperan en este momento hasta en las redes sociales.
También, hay personajes que apuestan porque se ahonden las diferencias entre los primos y se genere una “cacería de brujas” y persecución. Hay otros que sí quieren que se limen las asperezas y que se unan los grupos en favor del actual senador para evitar que gane la contienda Eduardo Rivera Pérez.
Es decir, entre ambos equipos hay mesurados y bucaneros. Los que quieren ganar y los que actúan como abogados: crean conflictos para después arreglarlos, los que siempre sacan mayor raja política. Los que se especializan en llevar las malas noticias.
Ya aparecieron también los “operadores” políticos, entre empresarios y militantes: “hermano, ¿cómo esta tu tema con el amigo (Armenta)?, ¿yo me encargo de sentarte con él?”. Esos operadores basados en la sátira del licenciado Fojaco son los que toman el teléfono y dicen:
—Mi Pavel —Gaspar, particular de Alejandro Armenta— estoy aquí con… y hay que vernos ¿no?, ¿cómo ves? Hay que ayudar al amigo que, pues estuvo con el otro, pero pues ya ves.
—…
—Jajaja. Sí, caray. Yo le digo.
En ese momento el operador (un vulgar licenciado Fojaco) finge que cuelga el teléfono y le dice al interlocutor:
—Ya quedó bro. Te van a arreglar el tema, sólo que ahí te pediría me dieras algo por solucionarlo. Unos azulitos (de 500 pesos).
Por supuesto, ni hubo arreglo ni le llamaron al particular de Armenta, ni ocurrió nada. Así aparecieron muchos desde el viernes una vez que triunfó el actual senador: “amigo, si necesitas ayuda… te siento con él”. Algunos, lo harían de manera sincera; la mayoría lo dirá para presumir y cobrar un favor en el futuro.
En fin, politiquería.
Muchos periodistas siguen en la guerra que ya culminó. Lo hacen a motu proprio porque oficialmente no se han dictado líneas contra nadie —al menos eso deseamos— desde el búnker del triunfador.
Otros revisan las redes sociales y acusan a los que disienten; hacen capturas de pantalla de conversaciones en el teléfono para denunciar a los “enemigos”, como ocurrió en el pasado barbosista.
No falta quien le escribe a alguien, espera que se moleste, se queje, se confiese. Esa parte la toman como captura y la llevan como prueba para mostrar que traen el pulso.
Politiquería.
La verdadera operación cicatriz sería ahora para los soldados, no para los generales, ellos, ambos, ya ganaron. Los otros adversarios buscarán puestos de elección popular y seguramente los obtendrán por aquello de los premios de consolación.
Los soldados se quedan con las manos ensangrentadas y no ganan absolutamente nada.
Hay compromisos que deberían ser sellados: por un lado, el ganador debería comprometerse a no dirigir ataques ni persecuciones contra su más cercano adversario; el segundo lugar debería asegurar que se sumará a su equipo y no traicionará durante la contienda; no tendrá que irse a apoyar soterradamente a Eduardo Rivera Pérez.
Ambos necesitan garantías, pero mientras eso ocurre, deberán detener a aquellos que aún quieren provocar más divisiones y que están incrustados no sólo en sus equipos sino en los que no llegaron, ya que temen que se pudieran quedar sin nada.
En fin, es el ideario. Ya es cosa de ellos. Es su partido y es su destino. Uno sólo observa y comenta cómo se comportan los que ganaron y los que perdieron.