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jueves, noviembre 21, 2024

Echeverría y AMLO

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En la historia reciente de México, dos figuras presidenciales han utilizado la cultura como un pilar fundamental en sus políticas gubernamentales, aunque de maneras distintas y en contextos diferentes: Luis Echeverría (1970-1976) y Andrés Manuel López Obrador (AMLO, desde 2018). Una exploración detallada de sus políticas culturales revela las divergencias y similitudes en sus enfoques y los distintos desafíos que enfrentaron. 

Durante el mandato de Echeverría, el objetivo de la política cultural parecía estar orientado a fortalecer la identidad nacional y expandir el acceso a la cultura. Este enfoque, probablemente, buscaba reforzar el nacionalismo cultural en un momento de agitación política y social en México, especialmente en el contexto post Tlatelolco. La promoción de la cultura tradicional y nacionalista era posiblemente una estrategia para fomentar una identidad cultural cohesiva. Aunque la información detallada sobre sus iniciativas específicas es escasa, se puede inferir que su gobierno impulsó iniciativas culturales como parte de un programa más amplio de reformas sociales y económicas. 

Por otro lado, la política cultural de AMLO refleja un enfoque distinto. Su gobierno afirma utilizar la cultura como herramienta para combatir la desigualdad y la violencia, promoviendo la inclusión social y democratizando el acceso a la cultura. Proyectos como orquestas para niños y adolescentes en zonas marginadas evidencian un esfuerzo por integrar la cultura en estrategias más amplias de desarrollo social y diplomacia. Además, AMLO ha promovido un enfoque más inclusivo de la cultura, superando la dicotomía entre “alta cultura” y “cultura popular”, y buscando descentralizar y democratizar el acceso a la cultura. 

El impacto y la recepción de estas políticas han sido variados. Mientras que el enfoque de Echeverría pudo haber sido visto como una respuesta a las tensiones políticas y sociales, buscando fortalecer la cohesión social y la identidad nacional, también pudo haber sido percibido como parte de una estrategia más amplia de control gubernamental. Pensemos en la desafortunada frase de Carlos Fuentes: “Echeverría o el fascismo”, que hay por supuesto que poner en contexto por las dictaduras militares en América Latina. 

En contraste, las políticas culturales de AMLO han sido elogiadas por algunos, debido su enfoque inclusivo y democratizador, aunque no han estado exentas de críticas relacionadas con la ejecución y la efectividad.  

Una de las peores ideas fue retirar los fideicomisos públicos que sostenían, por ejemplo, al Sistema Nacional de Creadores y al FONCA. Es curioso que un gobierno que se dice de izquierda vea a veces a la cultura que llama de “élite” como un gasto o un dispendio. Lo mismo puede decirse de las políticas científicas que han minado al Conacyt y sus históricos empeños en la formación de doctores. La eliminación de becas, los ataques al CIDE y otras instituciones, incluso a la UNAM han sido desastrosos. 

El contexto histórico y social en el que operaron Echeverría y AMLO también juega un papel crucial en la comprensión de sus políticas culturales. Echeverría gobernó durante un período de agitación social y política, lo que pudo haber influido en su enfoque cultural. La palabra democracia fue la más usada en sus discursos, pero sabemos bien de su autoritarismo y también que murió sin rendir cuentas a la justicia por 68 y 71.  

A su vez, AMLO enfrenta desafíos contemporáneos como la desigualdad profunda y la violencia, y su política cultural forma parte de un esfuerzo más amplio para abordar estos problemas a través de la inclusión social y la democratización de la cultura. Convertir Los Pinos en centro cultural no es, en ese sentido, una gracejada (sí lo fue mandar a la secretaría a Tlaxcala) 

Es temprano para evaluar la política cultural de Andrés Manuel López Obrador. Un sexenio de claroscuros que creó una “maqueta” del Templo Mayor en el Zócalo mientras la techumbre del verdadero recinto no era reparada y había posibilidades de daño. Hay una foto de Echeverría con un bastón de mando indígena similar al que utilizó AMLO en su “toma de posesión”.  

Al inaugurar las obras del Tren Maya realizó una ceremonia a la tierra que no era precisamente maya. En fin, son actitudes simbólicas que buscan transmitir una intención política pero que hasta ahora no se han traducido en políticas públicas, por ejemplo, en el propio Instituto Nacional Indigenista o como se llame ahora. López trabajó allí en sus mocedades en Tabasco, de la mano de Carlos Pellicer. Esa mentoría era para mí un buen signo que tristemente no se materializó. Como tantas otras cosas, nos ha quedado a deber.  

Cuando Elena Poniatowska recibió la Medalla Belisario Domínguez en el Senado, López no asistió, dijo que para proteger la investidura presidencial. En realidad, seguía (o sigue) molesto con las críticas que la escritora le ha propinado por no entender la cultura y la política cultura mexicanas. Cuando el sexenio termine veremos si hay resultados en materia de inclusión, particularmente en la formación artística y en las distintas regiones del país. Esa será la verdadera prueba.  

En cultura se siembra para el futuro y la secretaría del ramo no es una ventanilla de programas, como agricultura, es y maneja infraestructura cultural, museos, bibliotecas, zonas arqueológicas, nuestra identidad material e inmaterial está en sus manos. 

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