Previo al destape del coordinador estatal de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación, los aspirantes boquean. Viven sus tres caídas rumbo al Monte de los Olivios, sin Cirineo y sin conocer el plan de su dios. Un dios que se divierte viéndolos sufrir, padecer y buscar ansiosos -al borde del colapso- una oración, un acto de fe, una manda que los acerque a su corazón y, por ende, a la decisión celestial. Porque eso es lo que esperan: Llegar al cielo, en donde una corte demoníaca los alabe, los colme de zalamerías y mentiras. Para esos demonios, el nuevo coordinador será, primero, el Mesías y después el mismísimo dios, pero local. Se convertirá en el todopoderoso que tiene en sus manos el destino de millones de almas, miles de millones de pesos, cientos de negocios al amparo del poder, así como la posibilidad para destruir o construir todo lo que quieran. Solo uno de los aspirantes tendrá ese destino, pero todos previamente comparten la angustia de boquear en las tierras secas del poder. Su sufrimiento es, quizás, el más desesperante porque los regresa a su condición de mortales. Viven angustiados, en la incertidumbre y el desamparo como un burócrata de prole numerosa, gastos por cubrir, deudas por pagar, que acaba de ser despedido fulminantemente por negarse a participar en el cochupo de su jefe. En este curso de las horas difíciles les toca sentir la impotencia que desdeñaron tiempo atrás de un subordinado, alguien a quien le prometieron algo y no le cumplieron, a quien le pagaron con mal e incluso recordar a los que ayudaron y los dejaron solos. Viven el mismo dolor de quien se acerca en busca de ayuda y solo recibe un portazo de la “señora autoridá”. Del detenido a quien le fabricaron delitos que no cometió. Su condición humana ya no está cifrada, al menos en este lapso, en su seguridad en el poder o en el decálogo de Francis Underwood. Todo se vuelve más terrenal. Son personajes de Shakespeare: condenados y encadenados a sus propias pasiones. Su condición humana, es la que Jorge Luis Borges retrató en El Inmortal: “Sabía que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. Por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus infamias del pasado o del porvenir”. Bienvenidos a la vida del hombre común.
“La agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.”