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jueves, noviembre 21, 2024

La calma chicha

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En su columna Rinconete, en el Centro Virtual Cervantes, Arturo Ortega Morán ofrece, quizás, la mejor definición de la calma chicha: “Hablar de calma chicha es hablar de la quietud. Pero no de esa que cura la fatiga, no de esa que abre espacios a la meditación, no de la que es remanso en la turbulencia de la vida. Hablar de calma chicha es hablar de la otra quietud, la que desespera, en la que no hay negro ni blanco, ni frío ni calor, ni bien ni mal… la que sabe a muerte”. Y esa es justo la calma que atenaza a los aspirantes a la coordinación estatal de los Comités de la Cuarta Transformación. Para la gente común y corriente, los segundos, los minutos y las horas transcurren sin ningún cambio, pero para ellos el tiempo toma otra dimensión: una más lenta, sofocante. A fin de paliar esta calma chicha, los aspirantes hacen llamadas a sus operadores y padrinos políticos en busca de una sugerencia que los ayude a inclinar la balanza a su favor. Buscan con desesperación cualquier movimiento que llegue a Palacio Nacional para que abone a su favor. Sin embargo, todo es una simple y llana expresión del inconsciente trabajando a mil por hora. Un político se jacta de serlo por su capacidad de crear los escenarios, mover las piezas y empujar todo para que se cumplan sus intereses. Para conseguirlo puede llegar a lo más grotesco, lo más sublime o lo más criminal. En el fondo, lo que quieren es apaciguar su impotencia, su incapacidad, su incertidumbre de saber que su futuro depende de una sola persona a la que nunca podrán controlar. Están desnudos, amordazados, temerosos. Su vida depende de un delgado hilo. Cuando el periodista Julio Scherer le preguntó a Gustavo Díaz Ordaz cuál era la diferencia entre la Secretaría de Gobernación y la Presidencia de la República, la respuesta que obtuvo fue iniciática: Las cuerdas. Y procedió a explicar: En la primera, el político tiene las cuerdas del ring del poder para recargarse y tomar impulso; cuando se es presidente de la República, no hay cuerdas. El caso de los aspirantes es muy parecido: En un pasado muy reciente tuvieron todo tipo de cuerdas para impulsar y fortalecer su proyecto político, pero llegó la hora en que les fueron retiradas. Si caen, irán al vacío, a la sombra que merece el segundo o tercer lugar. En una contienda, la memoria colectiva recuerda al ganador, mientras que el perdedor se va al foso del olvido. Por eso, los aspirantes andan que no se soportan. Están atenazados en una calma chicha, esa “que desespera, en la que no hay negro ni blanco, ni frío ni calor, ni bien ni mal… la que sabe a muerte”. 

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