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jueves, noviembre 21, 2024

Matemágicas, ilusión y realidad en el arte

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El ilusionismo ocasionado por el auge de las matemáticas a lo largo del siglo XVI creció de la mano de los estilos románico y gótico. Desde el año 1000 y hasta el siglo XIII la arquitectura románica descansó en arcos de medio punto, jambas y cavidades semicirculares que se hallaban debajo de las puertas. Sus relieves, colocados en semicírculos concéntricos, forman los llamados tímpanos.  

Así que las formas elementales del románico son el cuadrado y el semicírculo. Luego de 1150, el estilo románico dio paso al gótico, en donde el espacio interior de las iglesias ya no se concibe como la suma de distintos espacios, sino como una unidad espacial. Sobresale el arco ojival, que permite la distribución del conjunto por tramos menores, y de esa manera una mayor sucesión de arcos.  

Una vez que Brunelleschi y sus seguidores se encargaron de plasmar la visión del espacio en el plano e impusieron la estética de la perspectiva central, después de 1404, abundaron los instrumentos para ayudarse a pintar en perspectiva. Termina con ello una época.  

Todo cambió durante el Renacimiento, que surgió en Florencia durante el siglo XV. Entre los artesanos agremiados comenzaron a destacar personalidades, mientras una sociedad opulenta prosperaba. El arte adquirió una suerte de autonomía y los artistas salieron del anonimato; fue en 1550 cuando Giorgio Vasari escribió sus famosas biografías de los artistas italianos.  

Durante la Edad Media, la pintura desempeñó el mismo papel que la escritura, ya que antes de la invención de la imprenta las imágenes servían para informar a los fieles. Mediante una estilización de lo que se sabía y debía decirse, lo visible cambiaba y se convertía en algo textual. Lo importante se pintaba más grande que lo demás. La pintura, plana, contaba sobre todo una historia a través de una sucesión de imágenes que presentaban en una sola línea del tiempo acontecimientos ocurridos en momentos distintos.  

Alberto Durero pudo pintarse a sí mismo como Cristo, y Leonardo se obsesionó con el cuerpo humano, las hierbas y las hojas, los remolinos y los animales porque la pintura se independizó de la literatura, mientras se volcaba sobre la naturaleza.  

Los miembros de la escuela de Delft transformaron drásticamente su pintura cuando descubrieron el detalle natural. Esto sucedió gracias a la invención de diversos artefactos ópticos y mecánicos, algunos de ellos creados para conocer la naturaleza y otros para imitarla. Cuando se derrumbó el pensamiento aristotélico, las nuevas ciencias y el nuevo arte naturalista iniciaron un proceso de enriquecimiento mutuo que produjo la inusitada variedad de instrumentos y máquinas, sustentando el avance tecnológico hasta nuestros días.  

Esto se reflejó también en la pintura. Proliferaron los artefactos para encontrar la perspectiva, como dije antes, así como los microscopios y telescopios. En general, se multiplicaron y refinaron los instrumentos que implicaban el uso de lentes para formar imágenes reducidas del mundo en muchas combinaciones de luz, sombras y colores. Se fabricaron incluso aparatos estereoscópicos, los cuales se servían de ciertos principios ópticos para engañar la percepción del espectador.  

Hay quienes atribuyen la invención de la cámara oscura a Leonardo, aunque las primeras referencias al uso de lentes para este propósito se hallan en el libro de Girolamo Cardano, De Subtilitate, publicado en 1550.  

Como se sabe, este ingenioso artefacto para ayudarse a pintar es la base de la fotografía, tal como la conocimos hasta antes de la aparición de las cámaras digitales. Las cámaras de ahora tienen dispositivos fotosensibles a los colores rojo, verde y azul, los cuales miden en cada caso el número de fotones que llegan para cada uno de los rangos de longitud de onda; a partir de dicha información, un programa computarizado con el que cuenta la cámara puede recomponer la imagen en color.  

Pero, regresando a Leonardo, su talento y el paso del tiempo lo previnieron de utilizar en forma excesiva estos artefactos. En realidad, las cámaras oscuras y lúcidas, así como los primeros pantógrafos eran más o menos conocidos desde la época de Brunelleschi, quien fue un estudioso de la arquitectura antigua. Él vivió en el inicio de esta nueva era, en la que la pintura estableció la posible disyunción entre el tiempo y el espacio, y junto con ello la posibilidad de experimentarlos por separado.  

En cambio, Leonardo vivió en el apogeo, cuando la pintura comienza a inmortalizar personas, nombres, familias, linajes. Para un mundo dominado ya por el avance científico, esto ofreció un sustento más o menos estable al espectador en el espacio, pues la perspectiva relativizaba la observación al vincularla al punto de vista adoptado por el artista.  

No quiere decir que Leonardo haya mostrado desinterés por estos artefactos; al contrario, como todo reto intelectual, escribió y dibujó algunas notas interesantes sobre estas máquinas productoras de perspectiva. Hacia 1410 Brunelleschi no solo había intuido su enorme valor, también había palpado todo su poderío para encontrar la proyección geométrica perfecta y adecuada a las leyes ideales de la proporción. Como gran artista sensible al conocimiento científico, supo adelantarse a su tiempo.  

Fue Alberto Durero (1471-1528) quien se fascinó y explotó hasta el límite de su propia imaginación estos artefactos. El trabajo de matemáticos como Leonardo Fibonacci había ayudado a popularizar las prácticas geométricas entre los estudiantes que iban a Italia a educarse. Alberto Durero, fascinado por la revelación a la que había sido sometido, se encargó de perfeccionar lentes y mallas que sirvieran como patrón para facilitar la proyección en perspectiva.  

Los temas redescubiertos por los humanistas tienen su origen en las lentes de Anthony van Leuwenhook y en las de Galilelo Galilei. El descubrimiento de lo pequeño, como las células de las plantas, y de lo grande, tanto como la Luna, las estrellas y otros planetas, transformó drásticamente nuestra visión del mundo.  

Esto es particularmente cierto en el caso de Leonardo, Rafael, Miguel Ángel, Botticelli y Tiziano. Desde la Edad Media existió la curiosidad por el fenómeno de la luz que atraviesa pequeñas rendijas, no tanto por razones estéticas, sino para saber qué era este enigmático estado de la materia. Alrededor de 1550 se incorporó una mejora sustancial a las primeras cámaras oscuras, que consistió en colocar una lente convexa cerca de o en la misma rendija.  

La intimidad que consiguió Jan Vermeer, por ejemplo, nos muestra el más puro barroco: las partes se subordinan al todo, la tensión se expresa a través de las formas curvas y la contenida agitación de sus personajes. De entre ellas sobreviven las que mejor se adaptan a las condiciones cambiantes. 

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