“Mi no entender”, dice un gringo viejo.
Y lo secundamos: “nosotros tampoco entender” (léase como si lo escupiera un gordo, barbón y canoso, vestido de un traje color blanco y un sombrero del mismo tono.
Resulta que un muchacho llamado Gerardo Islas ahora sí acusa al senador Alejandro Armenta Mier por apropiarse de ese partido satélite llamado Fuerza por México con la finalidad de apoyar a Claudia Rivera Vivanco, en la pasada elección.
Lo que nadie entiende es por qué sale hasta hoy que le han dado una patada, en salva sea la parte, ya que no obtuvo nada en Puebla. Tampoco entendemos cómo es que Gerardo Islas piensa que goza de calidad moral.
No hay que olvidar que quien sentó a Islas con el dueño de ese partido bonsái, Pedro Haces, fue nada más y nada menos que el rey de la facturación: Antonio Gali Fayad.
“Mi de plano no entender, ni madrrrres”, insiste el estadunidense mientras se limpia con un pañuelo de tela el sudor en su frente.
O sea, Gerardo Islas trabajaba para Tony Gali y para todo lo que olía a morenovallismo. Luego, Gali le ayudó a conseguir el liderazgo de Fuerza por México, hacen campaña y pierden (como se veía venir) hasta el registro y, por ende, un jugoso negocio.
Y ahora que la autoridad electoral le dió una patada al niño Gerry justo debajo de la espalda, ahora sí sale a denunciar a Armenta Mier por pactar en lo oscurito.
¿Apenas se enteró?
“Haznos mansos, señor, haznos mansos”, dice en voz alta ahora un campesino que le da de varazos a un par de semovientes que están necios y no quieren caminar.
No se trata de defender a Armenta Mier, sabemos quién es y cómo es que juega, pero tampoco creemos algunos ilusos y distraídos tundeteclas -como el que esto escribe- que Islas tenga calidad moral para hablar sobre cochupos y negociaciones por debajo de la mesa.
Islas representa a esa clase política que la 4T que en teoría detesta, quizá él esté más cercano a la tercera transformación que a la cuarta. Esa clase de políticos que se dieron a conocer con Mario Marín Torres y que impulsaron a un grupo de chavitos que andaban de antro en antro, eran parte del jet-set poblano y todo porque tenían de padrino a un facturero de origen oaxaqueño.
A cambio de hacerlos ricos, este facturero les dio de todo. Los invitaba a comer al restaurante Kampai, los paseaba por Angelópolis, los presumía en los antros de moda y algunos se volvieron más que grandes acompañantes. Hasta llegaban a cuidarle el sueño el oaxaqueño. Y ahí participaron muchos jovencitos que posteriormente fueron captados tanto por Rafael Moreno Valle y por Tony Gali. Y todo porque muchos de ellos se prestaron a usar sus nombres para hacer muy buenos y jugosos negocios.
La de Gerardo Islas y sus compinches es la actitud del mirrey poblano, la del junior abusivo que representa a esa cultura de la sociedad del cansancio, del amor líquido, de la foto en Instagram, una mala copia del yuppie ochentero.
Porque esas son sus credenciales. No tienen más. No hay sustento. No hay masa gris. Es la viva representación del nuevo rico, del que vivía en un departamento en San Manuel, en Bosques de San Sebastian, en Los Pilares y de la noche a la mañana ya es vecino de Lomas de Angelópolis.
Nunca entendimos como dice nuestro gringo viejo cómo es que a personajes de esa talla los volvieron políticos. Sí, todo suena metálico, pero ¿es en serio? Habiendo tanta gente talentosa en las universidades, en la vida, tienen que escoger a esos personajes.
Los mirreyes de la política fueron expuestos desde la época que llegó el PAN a los pinos y llegaron a su máxima exposición con Enrique Peña Nieto y son esos que presumen de ser constructores, prestanombres, factureros y hasta charros. Ellos que son producto de la cultura de Televisa y de programas como Hoy y demás tonterías.
Los reyes de la banalidad.
Y ahora, es parecida la imagen en una cárcel, cuando un ladrón acusa a otro ladrón de ser… ladrón.
“Mi no entender ni un caraja”, dice el gringo mientras se desparrama decepcionado en el sillón de su casa e intenta quitarse el calor con su abanico.
Con estas mulas hay que arar.
Haznos mansos, señor.
Haznos mansos.