Al gobernador Sergio Salomón Céspedes le está tocando vivir experiencias brutales del 15 de diciembre para acá.
Una de las más recientes es la sucesión en Casa Aguayo.
Su propia sucesión.
Lejos de cerrarse, ha enfrentado este periodo con gran apertura y buen sentido del humor.
Y es que quien pierde el buen humor, pierde tres cosas: el apetito, miles de neuronas y la capacidad de conciliar el sueño.
En otras palabras: estalla a la menor provocación.
La ira de Dios (la ira de Aguirre) se apodera de él.
(Lope de Aguirre fue un conquistador español al que se le fue la olla —perdió la cordura— buscando las ciudades de oro en la selva amazónica).
En mi vida como reportero he visto cómo a varios personajes ligados a las sucesiones se les ha ido la olla.
Y en esta lista caben políticos, gobernantes, empresarios y periodistas.
(Por sus columnas los conoceréis).
Manuel Bartlett vivió su sucesión con gran aplomo.
¿Cómo le hizo?
Primero amarró y después soltó.
Amarró una campaña en favor de su candidato (José Luis Flores).
Pero al ver que la trama se resolvería a través de una elección interna, no se hizo bolas: y soltó lo que tenía que ver con él.
Melquiades Morales vio en este gesto un acto de buena voluntad que siempre ponderó.
Y lo hizo a tal grado que tuvo con el exgobernador toda clase de gentilezas.
Una de ellas:
Cada vez que don Manuel venía a Puebla, un helicóptero del gobierno del estado lo esperaba para transportarlo.
Mario Marín no fue gentil con don Melquiades.
Lejos de agradecerle la generosidad que tuvo en el contexto de la sucesión que ganó, optó por la ruindad de espíritu y despidió en cuanto pudo —con malos modos— a su hermano Roberto de la Secretaría de Salud.
Las otras sucesiones fueron menos tersas.
En consecuencia, la ruptura prevaleció en algún momento.
Vea el hipócrita lector:
Moreno Valle metió a la cárcel a un exfuncionario marinista, y a Marín lo condenó al ostracismo.
Tony Gali, por su parte, rompió con Moreno Valle y al final ambos se retiraron hasta el saludo.
Esta sucesión está montada sobre aguas turbulentas.
El gobernador Sergio Salomón se ha puesto por encima de la misma desde que arrancó el proceso.
El piso parejo que pidió ha sido la constante.
Piso parejo y unidad.
Se dice fácil.
No lo ha sido.
Pero su apertura ha sido una constante.
Todos se han sentado a su mesa.
Todos han encontrado diálogo con él.
Nadie puede llamarse sorprendido.
Los únicos sorprendidos son algunos columnistas metidos en el saco de la improvisación que ven fantasmas a plena luz del día.
¿O cómo llamarle a la aparición en la comida del mole de caderas de Julián Ventosa Tanús, Moisés Villaverde Mier e Ignacio Mier Bañuelos?
La normalidad democrática impuesta por el gobernador asusta a muchos, sobre todo a quienes no entienden de buenas maneras y apertura.
Todos caben en la trama.
Hasta los que no cabían.
Hasta los que se les fue la olla.