Todos se deslindan de Mario Marín.
Lo niegan, lo evaden, lo excluyen.
Todos se deslindan de Javier López Zavala.
Destruyen sus fotos con él, juran que jamás trabajaron para que fuera gobernador.
Lo ningunean.
Más allá de las perversidades de Zavala, que fraguó todo para matar a la mamá de su hijo, sus antiguos cómplices —todos adictos a él— le dieron la espalda desde el minuto uno.
Políticos, empresarios, periodistas.
Esos que se cuadraban ante Marín a la menor oportunidad.
Lo mismo pasa con Adolfo Karam.
No he leído una sola columna de los beneficiarios o prestanombres de los tres que salga en su defensa.
Desde el primer momento, los marinistas, los zavalistas y los karamistas —o adolfistas— hicieron mutis y guardaron un conveniente silencio.
(He visto las peores mentes de mi generación destruidas por la adicción a los tres nombrados. / Histéricos, famélicos, muertos de hambre, arrastrándose por las calles).
Marín es una peste que evitan.
Y aunque en su gobierno hayan sido parte de su proyecto político, hoy se hacen a un lado pese a los favores recibidos.
Antes de Marín no eran nadie.
Marín los cobijó, les dio recursos, los puso “donde había”.
¿Cómo le pagan ahora?
Negándolo tres veces, empalándolo, haciendo gestos ante su sola mención.
¿Qué es el marinismo?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. / ¿Y tú me lo preguntas? / ¡Marinismo eres tú!).
Desde sus prisiones en el Altiplano, viven la ingratitud.
Y ven cómo sus hijos políticos los niegan reiteradamente.
Esos que en el sexenio del Benito Juárez de por aquí cerquita eran “marinistas puros” —así se definían.
Hoy ni siquiera dicen su nombre.
Y hablan de él como “ese señor”o “ese personaje”.
El colmo de la política: hubo quienes juraron lealtad y obediencia a Marín y a Zavala, y en consecuencia se dijeron “marinistas” y “zavalistas”.
En ese orden.
Lo hicieron, además, con obediencia ciega.
Con el “sí, señor” repetido hasta el exceso.
Con ese mismo énfasis con el que ahora los niegan.
La pena de vivir así (no vale la pena). Más allá de que Javier López Zavala merezca estar en prisión por haber planeado el asesinato artero de la abogada Cecilia Monzón, Ceci, resulta brutal el drama ruso que viven él y su entorno familiar.
Vea el hipócrita lector:
Él, en la antesala de una larguísima condena.
Su hija Fernanda, viviendo una aprehensión por distintas situaciones jurídicas.
Y su menor hijo, huérfano de padre y madre.
Quienes persiguen el poder por el poder tendrían que frenar repentinamente su carrera, ducharse con agua fría tres minutos y preguntarse si el afán de poder vale la pena que otros dicen que vale.