En el pasado están las claves del presente y del futuro.
Puebla ha sido rico en personajes serios pero también de la picaresca.
Uno de estos últimos fue Mario Marín.
A la distancia, suena que el pasado no se parece al presente.
Falso.
Es brutalmente parecido.
Muy similar en personajes, formas, actitudes y lenguaje.
Algunos actores políticos de hoy hablan como Marín y su pandilla.
Las analogías son perturbadoras.
Vea el hipócrita lector:
Solo, sin rival al frente, con un Paco Fraile sin puntería, Mario Marín usó la campaña a la gubernatura para pactar lealtades y negocios con los líderes naturales de las diversas regiones del estado.
Las comilonas abundaron. También el alcohol y los aduladores. Estos destacaban su “nuevo estilo” de hacer política. Marín y sus cercanos viajaban en los helicópteros que Ricardo Urzúa puso a su disposición. Desde que subían, había whisky tibio en vasos de plástico. No importaba la hora. Todos lo bebían sin hacer caras. Llegaban a los actos de campaña ligeramente bebidos y seguían brindando a lo largo de la gira.
Las muchachas más bonitas de los pueblos eran colocadas frente al candidato. Sus operadores les pedían teléfonos y direcciones. A vuelta de correo recibían flores, perfumes e invitaciones para comer o cenar con él. Los viajes a Puebla eran todo pagado e incluían hotel, alimentos y nuevos regalos. Marín se sentía un seductor capaz de enamorar a la flor más bella del ejido.
Los aduladores hacían bien su trabajo. Tanto en las columnas políticas como en las sobremesas destacaban la personalidad de quien sería su gobernador. De la noche a la mañana le habían nacido cualidades que antes nadie veía. Ahora era un maestro de la política capaz de escupir frases dignas de elogio. Dueño de una voz sonora, aprendió a modularla. También descubrió que no era prudente usar mocasines con trajes formales. Nuevos gustos, todos carísimos, surgieron en la ruta a Casa Puebla. Trajes, camisas, zapatos, corbatas… todo el glamour del mundo se fue a vivir a su vestidor.
Displicente, el candidato sentaba en la mesa a algunos que en el pasado reciente fueron sus opositores. De principio a fin los saturaba con bebidas carísimas y bien dotadas. Dejó atrás el gusto por el Bacardí. Ahora tomaba tequila Selección Suprema, de Herradura, y vinos de la Ribera del Duero. Los más caros. El champagne rose tuvo como morada su garganta. Relojes de Piaget y de Patek Phillippe empezaron a aparecer en su muñeca izquierda. Discretamente los presumía cuando tomaba el pan o se ponía en mangas de camisa. Los convidados salían, más que sorprendidos, abrumados.
El empresario Rodrigo López Sainz detectó esos desplantes y los comentó con los magistrados Loranca y Oropeza. También con Omar Álvarez Arronte. Todos coincidieron en que algo había cambiado en el “compañero”.
—Hay que entender a nuestro amigo. Ya le llegó el poder absoluto. Ojalá no cambie con nosotros —dijo uno de ellos.
—Y si cambia, que nos invite a su sexenio —remató otro entre risas.
Marín empezó a usar un nuevo término para referirse a algunos de sus amigos: “compañerito”: mitad afecto, mitad desdén. “El compañerito tiene razón”, decía cuando quería cambiar de tema humillando al de la voz. “No, compañerito, te falta mucho para saber de alta política”. Otros lo llamaban “hermanito” para simular una cercanía que no tenían. “Hermanito”, “hermano”, “broder”. Las sobremesas se llenaban de miel, y muchas esperanzas de mejores negocios.
En el contexto de la campaña, el candidato se entrevistó con el gobernador Melquiades Morales varias veces. Dejaron de hablarse de usted. El tuteo de Melquiades Morales tenía una carga paternal. El de Marín sonaba despectivo. El gobernador procuraba atenderlo rápidamente porque le irritaban sus desplantes. Ya ordenaba como si estuviera en Casa Puebla.
—Oye, mi candidato, ¿ya buscaste a Germán Sierra para sumarlo al proyecto?
—No, Melquiades. Que entiendan él y otros hijos de la chingada que hay agravios que nunca se curan.
El día de la elección llegó. A la una de la tarde supo que había ganado. Supo también que Enrique Doger estaba aplastando al candidato del PAN. No le gustó esta parte de la historia. Tendría que convivir en actos oficiales con quien en el pasado reciente había sido su amigo. “¡La era marinista ya llegó y nos quedaremos en el poder cuando menos dieciocho años!”, gritó al tiempo de brindar con una decena de socios y amigos. El Vale, el más antiguo de sus compadres, alzó su copa y la tiró sobre la espalda de uno de los comensales. Esa noche bebieron hasta desconocerse.