La sucesión en Casa Aguayo que estamos viviendo es, valga la redundancia, una sucesión en cámara lenta.
De aquí al 30 de octubre, antesala de los días de los fieles difuntos, todo está metido en el saco de la incertidumbre y la zozobra.
Cada movimiento de los principales aspirantes a suceder al gobernador Sergio Salomón será clave.
Un error podría ser el más costoso de sus vidas políticas.
La concentración es básica.
¿Y qué decir del estado de ánimo?
Cualquier gesto que mande un mensaje equivocado tendrá sus costos.
Y ésa podría ser la diferencia entre ganar y perder.
Nada como mirar hacia el pasado poblano para entender el presente.
Javier López Zavala creyó que desde que vino el destape priísta ya era el gobernador de facto.
Confiarse ante un enemigo tan peligroso como Rafael Moreno Valle Rosas fue mortal.
Eso lo supo, curiosamente, hasta el día de la elección, cuando se le vino abajo el sistema: su propio sistema.
Vea el hipócrita lector cómo se movió en esos días de 2010 nuestro personaje:
En sus oficinas todo era optimismo.
Las encuestas a modo lo ponían de excelente humor.
—¿Como de cuantos puntos arriba estamos hablando, mi buen? —preguntaban los encuestadores.
—¡Ponle veinte, cabrón! ¡Que no se diga que hay miseria! —respondían sus operadores.
Todos los días, inevitablemente, llegaban nuevos estudios demoscópicos.
Javier vivía en una nube de glamour.
Del otro lado, en el búnker de Moreno Valle, Fernando Manzanilla revisaba con lupa las metodologías.
Cuando algo le saltaba, mandaba llamar al encuestador.
Lo interrogaba muy en el estilo policiaco.
Y hasta que no quedaba satisfecho lo dejaba en paz.
No quería una sola décima inexacta.
Quería ver la realidad pero no a través de un espejo.
—¿Cuál es tu pronóstico, Fernando? —le pregunté a veinte días de la elección.
—Llevamos un crecimiento sostenido. Entre más pasan los días más crecemos. Ellos en cambio llegaron a su techo y vienen de bajada. En una semana se dará el cruce. Y ahí ya no habrá marcha atrás. Les ganaremos por diez o doce puntos.
—Ellos juran que les llevan veinte puntos en este momento.
—Jajaja. En sus encuestas hechizas, sí. En la realidad, no. Nos superan si acaso por cinco o seis puntos. Pero su caída es brutal. Están engañando a Zavala.
—¿Tienes encuestas de Los Pinos?
—Me acaba de llegar una. Mira: nos ponen en empate técnico. Pero no me confío. Prefiero pensar que vamos abajo por seis o siete puntos.
Un día me fui a cenar con algunos operadores de Zavala.
Esa noche, el optimismo estaba desbordado.
—Le dijimos al jefe que vamos a echar unos tragos. Nos va a alcanzar.
—¿Siguen pensando que ganarán por veinte puntos?
—¡A huevo! ¡Si no es que más!
—Pero ya se supo que están engañando a Javier.
—¿Cómo vas a creer, Mam?
—Así como lo oyes. Y mi fuente vive en el vientre de la ballena.
—¿Cuál ballena, señor periodista?
—Viene de su equipo. El de ustedes. Uno de los operadores me dijo que están inflando los números para que Javier esté contento.
—¡Pero nomás la puntita, Mam! (Risas).
Cuando Zavala llegó a la cena, lo noté eufórico.
Todo el tiempo presumió su ventaja.
Fue ahí cuando dijo que iba a invitar a varios columnistas poblanos para ir a la final del campeonato de futbol soccer.
—¿De veras vas a ganar, querido Javier? —le pregunté.
—Si lo dudas no vas a la final de fut en Sudáfrica, querido Mario Alberto. La duda ofende, chingá. ¿Qué pasó con esa confianza para tu amigo Zavala?