Los libros de ensayo de Baricco nos ponen siempre a reflexionar. Lo hizo con Esperando a los bárbaros, su ensayo sobre la mutación como lo hace siempre en sus novelas, desde Seda. Ahora los pequeños cuadernos Anagrama acaban de publicar una provocación literaria mayúscula que apenas alcanza las cincuenta páginas. Se trata de la transcripción de una charla inaugural en la escuela de escritura creativa que Baricco dirige en Italia. Sus iluminaciones son múltiples y apenas caben en una columna de divulgación como ésta, pero me atrevo a comentarlas con mis hipócritas lectores, mis hermanos, mis semejantes.
Según Baricco, una historia es un campo de energía producido en el alma de un ser humano que incuba impredeciblemente. Una historia es movimiento, pero no como paso de un punto A a un punto B, sino “como la organización dinámica de una intensidad que procede de un choque de partida”. Por lo tanto, la historia no es una línea, sino un espacio.
Ahora bien y a pesar de que el autor niega que las clasificaciones sean útiles, para él hay un pequeño número de estructuras que adoptan las historias, entre ellas, por ejemplo, el Agujero negro (el mundo entero cobra vida en la atracción fatal hacia un abismo central), parece que en este tipo de historias lo que se pretendiera es destruir la oscura fuente de vida que las genera (Iliada, Don Juan, Drácula). Otro tipo de estructura sería el de la Reparación. El orden del mundo se ha alterado y nada se asienta hasta que una fuerza nueva logre poner las cosas de nuevo en su lugar (El amor en los tiempos del cólera, Sherlock Holmes, En la frontera).
Uno más podría llamarse el Remolino. Una única cosa, un movimiento circular que centrípetamente vuelve al mismo punto. Una marcha que genera o consume mundo, alterando todo lo que existe (Odisea, Viaje al fin de la noche, La Recherche). Por último, Baricco piensa en la estructura de la Deserción. La materia se ha alineado, pero de ella se desprende un fragmento, aparentemente enloquecido que pone en peligro toda la realidad. O se aniquila a la “célula desertora” o se regenera el sistema (Hamlet, El guardián entre el centeno, los Evangelios bíblicos).
Al final del pequeño y luminoso libro, Baricco piensa también en la narración (lo que hace que una historia se convierta en trama) es un mensaje del inconsciente. Pero a la manera lacaniana. Para Baricco, leyendo a Lacan, el inconsciente no es el contenedor de un pasado reprimido sino “el capítulo dejado en blanco en el texto de una existencia.” No es algo que viene del pasado, sino del futuro anterior. La consecuencia aún no realizada de ese futuro anterior, como si fuésemos el cumplimiento de una profecía no escrita en las páginas de nuestra historia que la vida ha dejado en blanco. Dice Baricco: “La mayoría de las veces tenemos la convicción de que narramos cosas que nos han sucedido y de que lo hacemos basándonos en cómo somos. Pero la multitud de elecciones instintivas que hacemos para narrar procede más probablemente de lo que aún no somos y de las cosas que aún no han sucedido”.
Esa iluminación vale todo el libro. Si su hipótesis es correcta, el que narra no se limita a organizar el pasado sino, en sus palabras, suscita el futuro. Escribe: “…si hay una meta a la que puede aspirar la conciencia, esta no puede prescindir de la capacidad de soldar lo inconsciente a lo consciente: lo escrito a lo por escribir: quien narra conoce el punto exacto de esa soldadura.”
Narrar, dice, para narrar y con ello completar el texto de la propia existencia.
Allí, el acto de convertir una historia en una trama, una idea en un cuento o en una novela como acciones para acercarnos a ese futuro anterior, a lo no escrito de nuestras vidas. Pero no se nos olvide que páginas antes Baricco nos había prevenido contra el error de confundir trama e historia. La trama, nos decía, es un viaje lineal dentro de una historia que solo pretende pasar por determinados puntos de ella y hacer visible solo una parte. Terminemos, entonces, esta lectura con sus palabras: Narrar es el arte de dejar andar una historia, una trama y un estilo en el flujo de un único acto. Su propósito es mantener unidos el cielo y la tierra.
Nada más y nada menos.