Zeus ejecuta un castigo despiadado sobre el titán Prometeo. Lo encadena con grilletes inquebrantables y amenaza con aplastarlo con cientos de rocas. Esquilo narra que si el titán consiguiera liberarse, un buitre le sacará las entrañas.
El castigo es tan desmesurado que las oceánides e incluso el vasto Océano se conmueven y afirman que intervendrán por Prometeo. Pero el dios del trueno, imperturbable, se mantiene firme como un arquetipo de prepotencia divina. Zeus no perdonará que Prometeo haya compartido con los humanos las artes y las ciencias.
Otro prototipo de la prepotencia es el coronel de las SS, Hans Landa, de Bastardos sin Gloria. Landa interroga al granjero LaPadite simulando cortesía. Acepta un rebosante vaso de leche y, después de vaciarlo de un trago, aniquila a la familia escondida en el sótano de LaPadite. Landa jamás titubea ni abandona su simpatía sardónica.
Aunque desmesuradas, las acciones de Zeus y Landa podrían ser sólo consecuencias de una prepotencia más primigenia. La prepotencia, en su núcleo, es cotidiana. Es una fuerza destructora de la razón cultivada desde nuestro nacimiento. Humbert Humbert ilustra este rasgo cuando no puede evitar ser arrastrado hacia la órbita de su fetiche, su ‘nymphet’, Dolores.
Stephanie M. Carlson investiga la prepotencia desde la psicología cognitiva. Carlson somete a niños de tres años a un experimento conocido como “Menos es Más”. Carlston presenta dos montones de dulces a cada niño. Un conjunto tiene cinco, el otro dos. Si los menores señalan el conjunto con más dulces, obtendrán el menos sustancioso. Y si señalan el conjunto precario, recibirán el más gratificante.
Los niños comprenden el juego. Si les preguntan, responden cuál es el curso de acción más sensato. Pero cuando Carlston les proporciona los dos conjuntos, se comportan como si las reglas fueran un chiste de mal gusto. Atropellan sus razonamientos y optan por el conjunto más generoso. Como resultado, obtienen menos dulces. Repiten el juego una y otra vez y no corrigen su decisión. La discrepancia entre su comportamiento y sus pensamientos recuerda a Mr. Hyde escondido en el Dr. Jekyll.
Shiba y Sarah son dos chimpancés educados durante años en el laboratorio de cognición animal de la Universidad de Ohio. Tras años de entrenamiento, Shiba, la más destacada de las dos hembras, puede realizar operaciones matemáticas y formar agrupaciones de hasta diez objetos. Shiba eclipsa la inteligencia de sus congéneres como Newton las nuestras. Es la Marie Curie de los primates. Sarah no se queda atrás.
Pero en el marco del experimento “Menos es más”, los dos prodigios regresan a la selva cognitiva. Los años de dedicación con los investigadores, Boysen y Bernston, se evaporan. Las estructuras cerebrales generadas para comprender los números se disuelven como el azúcar en sus paladares, como la diversión de un bacanal en la resaca.
Shiba y Sara repiten la tarea casi cien veces. En cada intento señalan el conjunto equivocado. Su elección es impermeable al conocimiento matemático adquirido.
Los psicólogos cognitivos llaman “respuesta prepotente” a esta limitación sobre la toma de decisiones. La respuesta prepotente coloca a Shiba y Sara junto a los autómatas y los incapaces de rebelarse contra su programación. Los humanos compartimos ese flagelo. Somos hormigas en un espiral de la muerte siguiendo un patrón preestablecido. La prepotencia es parte de nosotros.
De acuerdo con Carlson, la causa de las respuestas prepotentes es la fascinación por los objetos. Los animales sucumbimos a su influencia. Los objetos nos atraen como la certeza al ansioso. Somos bestias buscando refugio en lo concreto, en lo palpable y lo manipulable. Es parte de nuestro diseño evolutivo.
Sin embargo, Carlson descubrió algo más: los símbolos son una estrategia humana para contener nuestra inclinación hacia los objetos. Carlson observó que los niños logran frenar sus impulsos cuando la cantidad de dulces se representaban simbólicamente, ya sea mediante números, abstracciones visuales o dibujos –como un ratón y un elefante.
Prometeo le proporcionó a la humanidad una herramienta para representar la realidad: los símbolos. Las matemáticas, las palabras y los dibujos no sólo nos permiten percibir lo ausente y lo abstracto, también detienen a nuestra prepotencia. Sin el uso de las abstracciones permitidas por los símbolos no somos diferentes a Sarah y Shiba.
¿QUIERES SABER MÁS?
Brenston y Boysen (1989): “Numerical competence in a Chimpanzee” Journal of Comparative Psychology.
Carlson et al. (2005). Less Is More: Executive Function and Symbolic Representation in Preschool Children. Psychological Science, 16(8),