¿Qué fue primero: el influyentismo, el nepotismo o el amiguismo?
Estas tres lacras han acompañado al ser humano desde que éste dejó de ser homínido y andar en cuatro patas.
(Aunque hay políticos que han sido sorprendidos hasta con seis patas, dos de éstas en forma de guante —para robar mejor).
La política mexicana es rica en amiguismo, nepotismo e influyentismo.
No es posible disociar una conducta de la otra.
Vea el hipócrita lector:
El influyentismo es primo hermano del amiguismo.
Y técnicamente hablando, el segundo es quien da origen al primero.
Un político que es amigo de sus amigos suele ser muy influyente como para nombrar a éstos en diversos cargos de la administración pública.
La trama puede culminar, incluso, con el amigote en turno convertido en titular de un área relacionada con las licitaciones, las adjudicaciones (si son directas, mejor todavía), los pagos, etcétera.
El amigote (normalmente homínido) devolverá el favor al amigazo favoreciendo a quien el político (amigo de sus amigos) decida.
Y aquí entra el nepotismo, pues el político (si no es Sergio Andrade) suele tener esposa, hijos, yernos, papás, etcétera.
En ese sentido, el político multimencionado le pedirá al amigote que le dé alguna obra (con sobrecosto incluido) a un hijito bueno para nada.
Todo esto tiene que ver con la prohibición de último momento que imperará en la convocatoria de Morena relacionada con esos tres términos de infame memoria.
¿La razón?
Que el presidente López Obrador no quiere que entre los personajes propuestos para las nueve gubernaturas en juego se reproduzcan fenómenos como el nepotismo, el influyentismo y el amiguismo.
Si el lector hace un ejercicio mental, y quita de la política mexicana esos tumores, concluirá, horrorizado, que no habrá un solo personaje que haya crecido por la buena.
En consecuencia, será verdaderamente complicado que a la hora de votar por las propuestas en los consejos estatales no imperen los amigotes, los hijitos (buenos para nada) o los compadres del amigo de un señor que no vino a la fiesta.
Sin influyentismo, no hay política mexicana.
(Habrá política noruega, pero no mexicana).
Sin amiguismo, los antiguos parias vivirán en el error: fuera del presupuesto.
Y sin el nepotismo, los adictos a López Portillo o a los Gali (entre el 2013 y el 2018) sólo podrán ser adictos al fentanilo o a la coca.
Dura será la vida para los homínidos, aunque dos de sus patas tengan forma de guante para robar mejor.