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domingo, noviembre 24, 2024

¿En qué momento se jodió este país? (Vals triste por los muchachos de Lagos de Moreno)

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La escena en la que un amigo destroza la cabeza de su amigo en Lagos de Moreno es la imagen del país que tenemos.

El director de la trama —ligado a un cártel histórico— llegó a un extremo de crueldad absoluta al empujar a un muchacho común y corriente a atravesarle una daga filosa en el cogote a quien quería, estimaba, apreciaba; a quien disfrutaba como amigo entrañable y cómplice de aventuras adolescentes.

Esa mente pervertida, perversa, quiso evidenciar en ese acto de traición el país que tenemos.

Seguramente nunca vio las películas de Tod Browning o Pierre Paolo Pasolini, o David Cronenberg.

O Todd Zolondz.

O Larry Clark.

O, entre nosotros, Amat Escalante.

(Si acaso vio al insulso de Alejandro Jodorowsky sacrificando perros en La Montaña Sagrada).

Nunca leyó al Marqués de Sade, me queda claro, pero en su epifanía quiso recrear una metáfora: la del país que tenemos.

Un país en el que hay amigos capaces de traicionar a sus amigos al grado de darles con un ladrillo en la cabeza hasta hacerla explotar.

Esos amigos abundan por desgracia en este país llamado México.

Y no todo es culpa de los gobiernos, hay que decirlo.

Porque lo más fácil es hablar de Estados fallidos y cosas por el estilo.

Esas cosas ocurren porque desde hace tiempo nos cerramos en las calles para evitar que el otro pase con su auto.

Porque fingimos ser autómatas o zombies asesinos en aras de negarle el paso a una señora ya entrada en años.

Somos lo que venimos siendo desde que este país se echó a perder.

¿En qué momento se jodió México?

No lo sabemos.

Pero yo he visto cómo señores de corbata y trajes y zapatos italianos humillan, por el gusto de hacerlo, a garzones generosos que tienen la osadía de servir el vino cuando el dueño petulante de la mesa no ha dado la orden.

En ese momento ya hay alguien que podría convertirse en el matón improvisado que atraviesa una daga filosa en el cogote de su mejor amigo.

Nos horroriza el hecho.

Sí.

Nos apabulla.

Y escribimos al borde de la vergüenza nacional.

Pero en la vida real seguimos echándole el auto a los ciclistas que creen ingenuamente que la calle es de todos.

O nos vamos encima del primero que se nos atraviese en Twitter.

O lo que algún día fue Twitter.

Y nos vamos a las mentadas con una furia inédita.

Y todavía nos preguntamos:

En qué momento se jodió esta mierda de país en el que explotamos cada vez que alguien osa cruzarse en nuestro camino plagado de furias, agravios y esperpentos.

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