Si efectivamente, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y su líder, el presidente Andrés Manuel López Obrador, buscan ganar en junio de 2024 las elecciones con una contundente votación que les permita el control casi absoluto de los estados y la mayoría calificada de las dos cámaras del Congreso de la Unión, deberán ir inexorablemente con los abanderados y abanderadas que garanticen principalmente una cosa: una base social real, sin simulaciones.
Por eso la candidatura a la Presidencia de la República está definida para Claudia Sheinbaum Pardo. No hay otra posibilidad. Lo es más allá de un simple favoritismo de López Obrador, por un necesario escenario de eficiencia electoral.
Esa definición está por encima ya de las campañas de golpeteo que se han incrementado en contra la jefa de Gobierno de la Ciudad de México; más allá de las encuestas, casi todas (sólo una no, la de RUBRUM), que la dan puntera; y más allá del afecto evidente que le tiene el presidente, Sheinbaum es la única que ha mostrado eficiencia en tierra, en sus recorridos para convertirse en la coordinadora nacional de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación (4T) y llegar a la antesala de Palacio Nacional.
Por ejemplo, Marcelo Luis Ebrard Casaubon, el excanciller, quien estuvo este domingo en Puebla, ha andado por el país con tropiezos, gazapos y, por momentos, proyecta apatía y enojo en sus reuniones.
Se le ve y se le siente incómodo, a pesar de que es un hombre afable y hasta simpático, cuando se siente en terreno amigo. Al menos en las reuniones y encuentros con la prensa que tuvo este 16 de julio en Puebla, pareciera que Marcelo Luis se sintió en territorio hostil o que vino sin ganas.
En tanto, el exsecretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, da la impresión de que, en cuanto soltó el cargo como segundo en importancia del Gobierno de México, desapareció del escenario real de poder y de proyección.
Las mayores referencias mediáticas, en redes y que permanecen en la inmediatez del imaginario colectivo, son sus conflictos morales respecto del uso de aeronaves, sus carísimos relojes y otros asuntos, que son disonantes con la austeridad que proclama la 4T.
José Gerardo Rodolfo Fernández Noroña, por mencionarlo, ha quedado superado por el desinterés. A donde se para, no convoca, no entusiasma, no logra golpes mediáticos con su conocida estridencia. Es sencillamente irrelevante.
Mención distinta y aparte merece Ricardo Monreal Ávila, quien está disfrutando su campaña, la que cada vez da más muestras de que está solamente dirigida a la Ciudad de México.
La suposición de que él ya negoció la candidatura para despachar frente a Palacio Nacional, desde el Antiguo Palacio del Ayuntamiento, toma carta de naturalización.
Cualquiera que sea su conclusión, el zacatecano está disfrutando sus días, sus discursos, sus encuentros, sin que nada pareciera turbarlo.
Visto así, por desinterés, por incapacidad o por falta de convocatoria efectiva, de las llamadas corcholatas, solamente una ha destacado en este periodo y ha mostrado verdadero músculo social, además de tener y construirse, para sí misma, la transferencia de la popularidad de Andrés Manuel López Obrador.
Respecto de la obra del lopezobradorismo, la opinión pública la tiene ya fijada como la heredera natural y quien tiene la capacidad de darle continuidad a la 4T.
Eso deja de antemano una lección: sin base social, será imposible un triunfo como el que se ha propuesto el presidente.
La reflexión y las consecuencias deberán venir luego para las elecciones en los nueve estados en que se renovará la gubernatura.
López Obrador lo ha dicho a su manera y de modo romántico, pero tiene reflejo en la realidad y valor de máxima estratégica electoral para sus seguidores:
“Con el pueblo todo, sin el pueblo nada”. Que cada quien lo entienda como pueda.