I
La brevedad es sinónimo de grandeza espiritual e intelectual.
Hablar y decir mucho, a veces, resulta una gran hazaña.
Para el común denominador: el verbo suele ser sinónimo de amplia inteligencia.
La brevedad es de lo sabios y los poetas.
II
Los políticos son ese ente común que habla mucho y dice poco.
Los intelectuales realizan textos y discursos que denotan su demonio de la lengua española, pero pocos logran conectar y/o empatizar con el lector.
El intelectual escribe para sí y su comunidad.
Monsiváis, Efraín Huerta o Sabines fueron queridos y famosos por la forma tan “sencilla” de referirse a temas complejos.
Hablar y escribir sencillo, sin perder profundidad, es alquimia pura. Sabia magia.
III
Si hasta en el transporte público hay de rutas a Rutas, entre los poetas también.
Hay poetas que manejan la forma, otros apuestan por la experimentación, algunos les gusta demostrar que dominan la vanguardia y unos más defienden la vieja escuela.
Hay poetas de formas y poetas de emociones.
En el mundo de la poesía, como en la religión, cada quien es libre de elegir al santo dueño o a la santa dueña de su devoción.
IV
Los academicistas, los puristas y aquellos que se sienten dueños del género poético han realizado revoluciones para descalificar a poetas como Elvira Sastre o similares. Y comparan con el poeta o la poeta de su predilección.
Sin embargo, a estos personajes se les olvida que el arte -en cualquiera de sus expresiones- es subjetiva y parcial, pues el juicio siempre parte de la visión propia que puede estar desnutrida de elementos técnicos y estéticos o excesivamente cargada de éstos.
Empero, en el arte como en la comida, siempre será válido: me gusta, no me gusta.
V
Hay personas (que por sus grados académicos) se siente con las credenciales para calificar o menospreciar alguna expresión artística, y ese acto es una auténtica postura soberbia y discriminativa.
Es más fácil invitar a leer a Paz a alguien que ya leyó a Elvira Sastre, que poner a leer poesía a una persona que nunca ha sentido atracción por un libro o por un género, a veces, tan bello y sangrón como la poesía.
VI
Puestos a elegir, disfruto más la poesía que navega por las columnas de Mario Alberto Mejía que los versos de algún crítico mamón que se las da excelso poeta.
Prefiero leer poesía que baila, que danza, al ser pronunciada en silencio o en voz alta que estar frente a poemas que no dicen nada, pero hacen gala del dominio del diccionario de la RAE.
VII
Y es que la poesía es un auténtico ritual mágico o chamánico.
Leer y escribir poesía puede ser un auténtico viaje astral o espiritual.
Y, a veces, leer o escribir poesía es un acto tan íntimo y placentero como compartir la cama con la persona amada o atender las necesidades fisiológicas.
VIII
¡Qué bello el día en que poesía sea lo que embellece el alma y enchina la piel, y no la que versa al ritmo que marque la crítica y/o la academia!