Alrededor de la una y media de la mañana de este lunes, mientras en Puebla caía una fina lluvia, el doctor Alfredo Victoria tomó un coche al muere.
(En palabras de Borges, ir en coche al muere es ir rumbo a la muerte).
Tomó un coche al muere nuestro querido amigo.
Él, que podía ir corriendo a cualquier lugar, prefirió hacerlo de ese modo.
Y no es que haya fallecido en un auto.
Ir en coche al muere, en la mitología borgiana, es partir hacia la muerte en el mejor vehículo posible.
(El lecho, por ejemplo).
Antes de la una y media de la madrugada, mientras en Puebla caía una lluvia tenue —ligera, esperada—, el doctor Victoria entró en infarto.
Seguramente estaba en su cama cuando eso ocurrió, pues a las 5:30 de la mañana acudiría a hacer unos estudios a un amigo suyo muy querido.
Y recostado sintió esa aparición brusca de los síntomas característicos: dolor intenso en el pecho —en la zona precordial—, sensación de malestar general, mareo, náuseas y sudoración.
Quizás el dolor se extendió al brazo izquierdo, a la mandíbula, al hombro, a la espalda o al cuello.
(Así, dicen los médicos, es el viaje del infarto en el cuerpo humano).
Lo cierto es que nuestro querido amigo pasó del infarto a viajar en coche al muere.
Es un decir.
El vehículo que utilizó fue su propia cama, ésa en la que tejió tantos y variados y logrados sueños.
El doctor Victoria sacó a mi padre de un covid de lo más agresivo.
Todos los días estuvo atento desde cualquier lugar.
Sus reportes diarios me conmovían.
Y era tan meticuloso que yo, inepto como soy del lenguaje médico, entendía absolutamente todo.
Algo que no olvidaré, entre muchas otras cosas, era la manera tan cariñosa de referirse a mi padre.
Siempre tenía una expresión noble sobre él.
No era para menos.
Mi padre, a sus más de noventa años cuando enfrentó el covid, lo hizo de una forma tan gallarda que ruboriza.
Y tuvo en mi querido Alfredo al mejor médico deseable.
El dictamen refiere que el doctor falleció de un infarto al miocardio post covid.
Es decir: una secuela del virus que vino de China fue la que le provocó el infarto.
Él, que había vencido un cancer, sucumbió ante un ataque nocturno.
Y justo cuando en su vida venían cosas aún más maravillosas que las que había logrado.
Una serie en Netflix, por ejemplo.
Recuerdo nuestras cenas de amigos en El Desafuero.
Éramos cuatro a la mesa.
Los cuatro igualmente entrañables.
No olvidaré tampoco sus columnas en Hipócrita Lector ni las envidias que su luminosidad provocaba.
Demasiado brillo en un horizonte de seres opacos y difusos.
Ve en coche al muere, mi muy querido amigo.
(“Ir en coche a la muerte ¡qué cosa más oronda!”. Borges, otra vez, revisitado).
Aquí nos quedaremos nosotros lamentando tu ausencia.