En un principio quise escribir acerca de los tres estados extremos de la conciencia, tanto animal como humana (nacer, soñar, morir), y la manera como se reflejan en el arte.
Pero luego me di cuenta de que podía jugarse con el nombre del estado final; en lugar de abordar la muerte como una vieja conocida, ya que, hasta donde sabemos, nadie ha regresado de ese proceso fatal, sería más propio considerar que quien la pinta está llevando a cabo, en realidad, un acto de sublimación.
No se trata, pues, de expresar el acto de morir, sino de pintar, esculpir, instalar, intervenir el hecho de contemplar la muerte, ya sea próxima, reciente o lejana.
Sí, el que muere es un elemento esencial del objeto artístico, pero sin la presencia del que observa lo inminente, o bien lo que acaba de acontecer, implacable, o quizás lo que sucedió tiempo atrás de manera ineludible, todo se diluiría con el paso del tiempo.
Hasta donde alcanzo a saber, nadie ha pintado su propio deceso y ha sobrevivido para firmarlo.
A lo sumo, artistas como Rembrandt van Rijn, Edvard Munch, Pablo Picasso, Sofonisba Anguissola, Francisco Goya, Vincent van Gogh y Lucian Freud, por citar algunos, practicaron el autorretrato conforme se acercaron a su partida, a sabiendas de que tendría que ser otro el que documentara el trance final.
Lo mismo hizo Théodore Géricault, pero también se vio obligado a claudicar y dejar que su agonía fuera captada por su amigo y colega, Charles Émile Champmartin.
Por tanto, es primordial la emoción estética que nos transmite la mirada del artista cuando interpreta ese momento extremo de la conciencia personal. Nos adentramos en el cuadro a través de quien o quienes han de fallecer, así como mediante aquellos que atestiguan el hecho inminente, o bien ya acontecido.
Queremos saber si se trata de médicos examinantes, deudores afligidos, enemigos regocijados, desconocidos indolentes que pasaban por ahí, pues eso modifica en forma radical nuestra experiencia frente a cada obra.
Si bien nacer, soñar y morir son experiencias personales, peculiares, únicas e irrepetibles, en ninguna de ellas parece que nuestra propia conciencia sea protagonista. Por el contrario, resulta ser un espectador más.
Al nacer, nuestro sistema nervioso no está totalmente formado y, por ende, no somos capaces de recordar casi nada, pero nuevas técnicas no invasivas pueden ayudar a dilucidar cómo se establecen las rutas de la memoria y los sentimientos en neonatos.
Soñar es una actividad que aparece cuando dormimos, y dormir ocupa un tercio de nuestra vida. Aunque pasamos más horas despiertos, en ese lapso realizamos una infinidad de cosas. En cambio, cuando dormimos solo hacemos eso, dormir, por lo que su interpretación a través del arte es primordial.
La muerte, transición que conlleva la disipación del estado consciente, no deja lugar a especulaciones. Aun así, como dije antes, existen ventanas pictóricas que nos permiten atisbar antes de que la noche caiga.
Así, los trastornos del sueño, las alucinaciones por influencia de fármacos o por un defecto visual, las visiones de los monjes budistas, los testimonios de quienes han estado cerca de morir y de aquellos invidentes o débiles visuales que, en estado consciente, afirman ver personas u objetos, todo ello representa un acervo poco ortodoxo, pero con un valor esencial para el arte.