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jueves, noviembre 21, 2024

Respuesta a un Mejía que me Interpeló en una Columna

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Empiezo por el principio para responderle a mi querido Gerardo Mejía, que en su columna publicada en Hipócrita Lector hizo diversas precisiones sobre una entrega anterior.

No sabía que la telesecundaria de La Palpa —no es calle, es colonia— llevara el nombre de Luis Donaldo Colosio.

También desconocía que una de las principales avenidas de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, tuviera ese nombre.

Y en mi infinita ignorancia, no tenía el dato de que una de las colonias más populares de Tampico, Tamaulipas, hubiese sido bautizada así: Luis Donaldo Colosio.

Un mejor homenaje sería que veintisiete años después de su asesinato supiéramos en el país quién lo mató y por qué razones.

Y es que si de poner nombres se trata, propongo que Lomas Taurinas —la popular colonia de Tijuana en la que ocurrió el magnicidio— se llame desde ya “Luis Donaldo Colosio”.

México y Rusia tienen una analogía perturbadora: son los espacios del planeta donde más héroes asesinados por sus propios gobernantes tienen estatuas en su memoria o calles, colonias y hasta telesecundarias con sus nombres.

Suena bien, pero está mal.

A Emiliano Zapata y a Venustiano Carranza, por ejemplo, les hubiera encantado morir en sus camas, de viejos, que ser asesinados: el primero, por el propio Carranza; y éste, por la tríada de generales sonorenses formada por Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta.

En lugar de que los asesinos fueran castigados —todos, en su momento, presidentes de México—, las víctimas fueron premiadas con estatuas y colonias y calles y telesecundarias que se llaman como ellas.

Qué detallazo.

Colosio, pues, es popular entre la tropa porque fue una víctima en un país de víctimas en el que las víctimas tienen nombres de calles o de colonias populares.

Si hubiese evitado las balas asesinas y, en consecuencia, llegado a Palacio Nacional, no tendría ni estatuas ni telesecundarias con su nombre.

Gerardo Mejía cree que la estadística está por arriba de la memoria colectiva y se entrega como una lánguida Margarita Gautier a los brazos de una tramposa encuesta de Reforma, en la que —sin previo aviso y amparado en el muy mexicano “el golpe avisa”— una mano poderosa y perversa —la del propio dueño del diario— metió a la contienda por la Presidencia de México en 2024 al muy limitado hijo de Colosio, cuya única virtud es llamarse como su papá.

Si esto fuese suficiente para ser presidente, Mateo Zapata y Cuauhtémoc Cárdenas —hijos de Emiliano Zapata y Lázaro Cárdenas— hubiesen sido presidentes en su momento.

No fue así, porque la historia no es monotemática ni inmóvil.

Colosio hijo era el virtual candidato a la gubernatura neolonesa.

Tuvieron que bajarlo a la alcaldía de Monterrey porque le dio un vahído, al estilo de los de Margarita Gautier, la Dama de las Camelias.

Dice Mejía —el otro, no yo—:

“Colosio padre era un seductor, construido para ser presidente, entendía perfectamente bien el sistema político mexicano, conocía bien la historia, era un hombre cordial con una capacidad de empatía impresionante”.

El Colosio real, no el idílico —y lo dicen quienes lo conocieron y sufrieron—, era mediocre, insuflado e irritable.

Y en algo se parecía a John F. Kennedy:

No en el talento político ni en su capacidad como orador: en su capacidad para seducir… camareras.

Colosio, el seductor, no dejaba una viva.

 

Ernesto Echeguren en Hipócrita Lector. Desde que lo conozco, Ernesto es un hombre brillante y generoso.

Dueño de una memoria doblada de inteligencia y sensibilidad (para leer el dato duro), ha vivido momentos cruciales en la historia reciente de Puebla.

Es por ello un alto honor que por primera vez escriba un artículo en un periódico.

Este martes, el hipócrita lector podrá leerlo en estas páginas.

Bienvenido, querido Ernesto.

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