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sábado, noviembre 23, 2024

Nuestro error

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Yo no quería escribir para este número de La Canalla Literaria pero una plática con Lilliana Amezcua me hizo tener algo qué decir. No es que no haya mucho por decir sobre el arte en Puebla, simplemente pasa que nada pasa mientras todo cambia y eso provoca tedio. La anterior es una críptica e intelectualoide insignificancia, una serie de palabras que aportan cero conocimiento pero miles y miles de puntos en cuanto a forma, imagen, presentación; en resumen, un digno ejemplo de lo que se puede leer en el texto de sala de cualquier exposición que se inaugure por la ciudad, ya sea en el más visitado de los museos –al cual asisten las personas ataviadas casi de gala– o en la galería más underground que se pueda imaginar –de una similitud sorprendente con los hoyos fonky de García Saldaña–, y entre ambos polos que se tocan, todas las demás latitudes no son tan distintas. Sin embargo, lo que sí es cierto, es lo del tedio.

Para bien o para mal, conozco a una gran cantidad de artistas poblanos, me he sentado en sus estudios a platicar por horas, hemos bebido juntos brindando por la vida y los proyectos, y considero a muchos de ellos como mis amigos. De la misma manera, he trabajado con algunos gestores culturales, entrevistado a otros y congeniado con casi la misma cantidad de aquellos a los que les caigo mal. Pero, aun así, no acabo de entender el medio. Quizá sea cosa mía, quizá soy más ignorante de lo que toda mi vida he creído, pero algo me hace corto circuito: si somos una ciudad tan profusa en artistas y personas dedicadas a lo que rodea al arte, ¿cómo es que logramos una situación inerte? Las mismas personas en los mismos lugares, las mismas relaciones públicas, las mismas miradas y las mismas letras criticando en los mismos espacios, los mismos chismes y las mismas deferencias –a veces de profundo respeto, otras de profunda hipocresía–, las mismas quejas sobre los mismos aspectos. De hecho, no estoy diciendo nada que no se haya dicho ya en todos los demás textos de este número y eso me parece un logro, porque entonces podemos partir de que todos estamos de acuerdo en algo.

Hasta ahí, en ese estar de acuerdo, deberíamos dejar todo e irnos juntos al bar más cercano para conversar de cosas más productivas como qué libro se leyó últimamente, analizar las últimas noticias de la política o cuál fue el marcador del partido de ayer, y con ello aceptar que hay cosas que son imposibles de solucionar. Pero no, sucede que esta modernidad que habitamos nos ha formado para pensar que es una necesidad resolver las carencias y conflictos, como si pudiéramos describir, construir e implementar los mecanismos para ello, y, peor aún, como si cada persona tuviera las mismas ideas para realizar todo el proceso, así como los mismos intereses, propósitos y finalidades que quiere de ello. No sé, insisto, quizá estoy siendo un poco ignorante, pero ¿qué no sería mejor dejarlo ir?

Es que, pongámonos a pensar un poco, la única razón por la que el arte en Puebla no es lo que podría ser, es una ridículamente insatisfactoria: nos aferramos tanto a resolver que dejamos de lado la propia necesidad de crear, y en su lugar, por poner un ejemplo, hacemos las cosas para responder a modelos de producción que implican a un mercado al que concebimos como algo externo que nos rige en la labor, sin darnos cuenta que, al contrario de lo que sucede con los que sí son productos, el proceso del arte no es univoco, cada pieza construye su valor y el mercado se crea alrededor de las obras, no al contrario. Así como en esto, en mucho más de lo que consideramos la labor artística poblana –y me atrevería a decir que parte de la nacional– quizá estemos errando. Y lo mejor para no los errores no es subsanarlos, sino dejar de cometerlos.

No me hagan mucho caso, pero es probable que la única manera para que el arte en Puebla crezca, sea aceptando que las cosas están mal, no tratando de endulzarlas en el papel –porque ese papel podría convertirse en una lista de culpas– ni buscando una manera de arreglarlas, pues cuando logremos aceptar lo que vivimos, diría Greimas, en su imperfección, será cuando podamos dedicarnos de lleno a la creación sin que nos importen cosas tan vacías como el reconocimiento, el dinero o la fama, será cuando realmente hagamos arte y seamos quienes pongan las condiciones en todos sus rubros, ya saben, para que no sólo lo hagamos, sino que también podamos vivir de él.

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