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jueves, noviembre 21, 2024

Dormir bajo el volcán

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La nochebuena del 24 de diciembre de 1994 pernocté en Santiago Xalitzintla, junta auxiliar de San Nicolás de los Ranchos.

No lo hice solo.

Ahí estuvimos el espléndido fotógrafo Rodolfo Pérez y la reportera Mónica Pimentel, tía de mi querida Karla.

Debido a la erupción de nuestro volcán, denominado Popocatépetl o don Goyo, toda la zona fue evacuada.

Sin embargo, algunos pobladores se negaron a salir del pueblo.

Y es que no querían dejar a merced de los ladrones sus modestos animales.

(Algunos burros, algunos marranitos, algunos perros flacos).

Las dos docenas de personas se refugiaron en el Templo de Santiago, donde se adora a Santiago Matamoros, uno de los tres apóstoles que estuvieron con Jesucristo en la célebre Oración del Huerto.

(Es el mismo del Camino de Santiago y el que también es dueño de las oraciones de los vecinos de Izúcar de Matamoros).

Cuando llegamos a Xalitzintla, las calles, llenas de ceniza, oscuridad y miedo, estaban vacías.

Una señora nos dijo que el “pueblo” estaba rezando en el templo.

Y sí: ahí estuvieron hasta las doce de la noche, cuando el cura del lugar les dijo que se fueran a sus casas porque ya iba a cerrar el portón.

Santiaguito Matamoros los vio irse entre murmuraciones y algunas lágrimas.

Nosotros llevábamos una canasta con vino, brandy, jamón, queso y un jugoso pavo.

A una pareja le dijimos que si podíamos cenar con ellos, en su casa, y quedarnos a dormir.

Aceptaron de buena gana.

La cena estuvo llena de recuerdos y de música ranchera que salía de un viejo radio.

Algunas lágrimas también rodaron por los que se habían ido.

Pasar la nochebuena bajo el volcán ha sido una de las experiencias que más han marcado mi vida periodística.

Hacia las tres o cuatro de la mañana nos fuimos a dormir en una especie de bodega.

Mi crónica de esa noche y las fotos de Rodolfo aparecieron en las primeras planas de El Universal Puebla y de la edición nacional del mismo diario.

Todo empezó cuando le propuse al periodista Rodolfo Ruiz, director de la edición local, que me proponía para ir a hacer la citada crónica a Santiago Xalitzintla.

Rodolfo Pérez se sumó de inmediato a mi propuesta.

Y a la aventura de nuestro modesto y aldeano Camino de Santiago se incorporó Mónica Pimentel.

Ahora que el volcán ha despertado de su sueño de siglos tengo la tentación de hacer el mismo recorrido de hace veintinueve años.

Estoy alistando unas botas que jamás he usado y un abrigo para enfrentar la fría noche que seguramente encontraré.

Qué mejor prueba para saber si queda algo de pasión periodística en el corazón que hacer caminos como éste.

Lo primero que haré, lo tengo claro, será ir al templo de Santiaguito Matamoros para ofrendarle a él y a su caballo blanco algunas flores, y rezarle —diría Juan Villoro— la oración más reiterada de Occidente:

“Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre…”.

Don Goyo en la intimidad. La vida es más sencilla de lo que parece.

El volcán es como uno de nosotros.

A sus flatulencias las llamamos exhalaciones, y cuando defeca decimos que tuvo una erupción.

(La palabra “mierda” tiene las dos sílabas de la palabra “lava”. Ambas poseen una densidad muy parecida).

Si el Popocatépetl no caga, colapsa.

Y si colapsa, colapsamos todos.

Dejemos, pues, que don Goyo cague en paz.

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