Hace algunas semanas (por no decir meses), alguien me preguntó qué significa ser docente universitario. Y así, a bote pronto, me hubiera gustado responder con la ironía de Jacques Rancière que un maestro, independientemente del nivel educativo en el que se desempeña, es ante todo un “explicador profesional”. Desde luego, ésa y no otra sería la mejor respuesta para dejar ahí el asunto. Profe o profa es quien enseña y enseña bien. ¿No es cierto? Después de todo, muchos instrumentos de evaluación al desempeño docente comienzan preguntando si el evaluado “domina los contenidos de la materia”. ¿Y cómo vamos a saber si domina o no domina la materia? Escrutándolo, poniéndolo a prueba, juzgando sus explicaciones.
Lo cierto es que es mucho más lo que puede decirse en términos de identidad y sentido cuando se le pide a un informante que hable sobre sí, que cuando se le pregunta por otros. Por ejemplo, no es lo mismo preguntar qué significa ser presidente de la república a un presidente que a un candidato derrotado en las urnas o a un elector esperanzado… Así que para ganar tiempo respiré profundo, adopté una pose reflexiva, afiné la voz y me dispuse a responder a esta cuestión importante y urgente, sin olvidar la teoría de los situated meanings. “No está de más decir -dije- que esta búsqueda de significado corresponde al aquí y el ahora y, en todo caso, es una aproximación subjetiva y provisional”.
Primera aproximación. Ser docente es asumirse como sujeto histórico y vivir radicalmente la docencia, es decir, realizar una actividad intencionada y reconocida socialmente cuyos fines educativos son, entre otros, contribuir al desarrollo integral de las personas con las que se relaciona y propiciar en ellas la participación activa en la construcción de la ciudadanía que los tiempos actuales requieren, a partir de los valores que la interculturalidad exige y de los contenidos disciplinares que reconoce como propios de su área.
Segunda aproximación. Ser docente es reconocerse como ciudadano del mundo y dueño de una historia peculiar en la que las interacciones con los semejantes y el mundo de los objetos convierten las experiencias en memorias y a través de la comunicación establecen y fortalecen vínculos. Ayuda en esta tarea reconocerse, como sugiere Morin, individuo-sociedad-especie. Sirve de mucho entender la sociedad con sus dinámicas, la vida en las instituciones, las coincidencias y tensiones en el aula.
Tercera aproximación. Ser docente es construir un discurso y poner a prueba diariamente las creencias y teorías asumidas. Es también cronometrarse y posicionarse. Veamos, desde un modelo curricular vertical y prescriptivo, el docente es un ejecutor, un técnico, alguien que debe saber usar la pantalla o el proyector y modular la voz para que los estudiantes no se duerman mientras dura el power point. Desde un modelo curricular práctico, el docente es un sujeto que reflexiona, delibera, decide y actúa buscando lo mejor para los estudiantes de acuerdo a cada situación. Desde un modelo curricular sociocrítico, el docente es un actor que, al interior de una comunidad y con los demás trabaja, cuestiona y transforma la realidad.
Cuarta aproximación. Ser docente es comprender a profundidad los procesos educativos, ser competente en el diseño de experiencias y la construcción de escenarios formativos -físicos y virtuales-, ser hábil para la integración y dinamización de comunidades de aprendizaje, ser sensible al desarrollo de los estudiantes -sin perder de vista su rostro, su nombre, sus sueños- para fomentar la autoevaluación y la coevaluación con un sentido formativo. Ayudar a otros a desarrollar desde su posición en el mundo su particular proyecto de vida…
Quinta aproximación. Ser docente es preguntarse el porqué y el para qué de tanto papeleo a fin de distinguir, en última instancia, entre la complejidad de lo educativo y el absurdo o el sinsentido que viene de la burocracia dirigida con frecuencia a fines distintos a los que se enuncian en los modelos, en las misiones y las visiones, en los discursitos festivos que acompañan a las efemérides. Ser docente es investigar con rigor lo que sucede alrededor todos los días.
Sexta aproximación. Ser docente es asumirse como tal. Sentir la fuerza y el compromiso que estalla al proferir el yo soy.
Séptima aproximación. Ser docente es integrar en la acción la personalidad y el conocimiento, alejarse de la rutina con la reflexión, alinear las propias metas con las estrategias colectivas, responder con fundamentos teóricos, con experiencia, con ingenio y creatividad a los problemas presentes, a las crisis, a los escenarios y desafíos emergentes.
Octava aproximación. Ser docente es una forma de partenariado. Es compartir y cocrear. Es caminar con otros y conversar, siempre.
Novena aproximación. Ser docente es, además, vivir una profesión en la que se entrecruzan las normas con las políticas públicas e institucionales, los avances de la ciencia con el desarrollo de la cultura, las estructuras y las voluntades.
Décima aproximación. Ser docente es equilibrar el acompañamiento de los procesos con la atención a los productos, así como la gestión de la directividad. A veces el maestro será líder del proyecto, asesor o guía; otras veces será orientador y dará consejo, al modo de un compañero; tiempo habrá también para ser mentor, coach, evaluador. Independientemente del rol, inspirar será siempre lo primero. Por cierto, a mí me gusta mucho la metáfora del maestro como sherpa.
Decimo primera aproximación. Ser docente es preguntarse con seriedad y frecuencia por la propia identidad, por el sentido de lo que (nos) sucede, por las razones de lo que hacemos a sabiendas de que la respuesta, aunque provisional, será mejor si se formula en primera persona.
Décimo segunda aproximación. Ser docente -pienso- es un regalo de la vida que uno acepta y que vale la pena por todo lo que se aprende y se comparte durante el trayecto, pero, sobre todo, una actividad plenamente humana que alcanza su momento cumbre cuando el estudiante supera al maestro.