La lógica que atraviesa la sucesión del presidente Andrés Manuel López Obrador es la del acuerdo político que permita evitar cualquier riesgo de fracturas y garantizar la mayoría calificada en el Congreso de la Unión. El quintacolumnista Mario Alberto Mejía es el que mejor ha explicado este entramado que recorre cada resquicio de Palacio Nacional. ¿Y el ámbito local? No tendría por qué variar esa directriz debido a que el pacto que alcanzarán los cuatro aspirantes presidenciales Claudia Sheinbaum Pardo, Adán Augusto López Hernández, Marcelo Ebrard Casaubón y Ricardo Monreal Ávila los obligara a frenar a sus huestes en los diferentes estados, de ahí que los búfalos tendrán que someterse o correr el riesgo de que el poder del Estado los aplaste. Dependiendo de quien sea el abanderado presidencial —que todo indica será la jefa de Gobierno de la Ciudad de México— el resto de los aspirantes tendrá la posibilidad de negociar espacios en las cámaras, gubernaturas, diputaciones locales. Sin embargo, una cosa es el acuerdo que busquen sus líderes nacionales y otra muy importante será que los diferentes tiradores a los gobiernos de los estados puedan pasar sin que tengan un piso mínimo: competitividad. Es ahí donde la coyuntura se torna más interesante, ya que los perfiles idóneos que requiere Morena son abanderados capaces de aportar un extra a la marca partidista. Nadie quiere sorpresas, las estructuras morenistas se moverán sin problema, pero hay sectores sociales concentrados en las zonas urbanas que están muy lejos de respaldar la continuidad de la 4T. De ahí que, si existen perfiles que puedan penetrar entre el voto switcher, entonces Morena tendrá un abanderado redondo. Y para vigilar y conocer de primera mano lo que ocurre en Puebla, el presidente López Obrador tiene a su mejor aliado en Sergio Salomón Céspedes Peregrina, quien en este contexto toma una fuerza mayúscula y seguirá jugando el papel de eje de la balanza. Su opinión tendrá un peso fundamental. Es por eso que esta sucesión que se vive en el país resulta más interesante y enigmática. Las mesas de negociación y acuerdos estarán inundadas de política, política y más política. Nadie se levantará si antes tener un acuerdo bajo el brazo. El destino de los aspirantes por la gubernatura de Puebla estará construido de una amplia gama de factores. La casa abre las apuestas.
EL VICTIMISMO COMO SALIDA
Claudia Rivera Vivanco tomó el victimismo como una estrategia para hacer frente a cualquier impacto negativo que tenga por su paso por el gobierno municipal o su desempeño político. Si la Auditoría Superior del Estado encuentra un posible quebranto financiero de 3 mil 500 millones de pesos, la respuesta es que es un ataque político; si el Tribunal Electoral del Estado de Puebla la sentencia por violencia política por razón de género, entonces, es un ataque para dejarla fuera de la contienda por la gubernatura; si su más cercano círculo de amigos y colaboradores hacen un video de contenido sexista que denigra a la mujer, entonces, es una estrategia de desprestigio en su contra. De nada quiere asumir responsabilidad, pero sí repartir culpas. Entre las herramientas de la comunicación política para aspirantes a un cargo de elección popular o en ejercicio del poder se encuentra la de venderse ante la opinión pública como víctima de una serie de agentes y personajes a fin de generar un respaldo espontáneo de los ciudadanos, quienes tienden a solidarizarse con las víctimas. El asunto es que esa estrategia solo es efectiva cuando hay elementos suficientes para demostrarlo. En el caso de Claudia Rivera no los hay. Su estrepitosa derrota en la elección de 2021 fue la mejor respuesta de lo que la ciudadanía piensa de ella. Negar esa realidad no sirve de nada.