Desde hace unos días el presidente López Obrador ha venido cambiando sutilmente el discurso de la sucesión.
En lugar de decir que el candidato de Morena será elegido por encuestas, ahora habla de algo que podría traducirse como arreglo político.
Eso significaría que para evitar escisiones o rupturas, el presidente recurriría a un viejo método que tiene sus orígenes en el añoso PRI.
Pocas veces falló la estrategia narrada, entre otros, por Jorge G. Castañeda en “La Herencia” y por Luis Spota en “Palabras Mayores”.
Es mejor que el presidente reúna a los cuatro aspirantes —Sheinbaum, Ebrard, Adán Augusto y Monreal— y les comunique su Plan C.
Ése es el verdadero plan que traería consigo la candidatura, el triunfo en las urnas (un triunfo que genere mayoría calificada en San Lázaro y el Senado) y la presentación de reformas constitucionales el 1 de septiembre de 2024 que doblen definitivamente a la oposición.
Cuentan que Carlos Salinas empezó a trabajar su sucesión en varias pistas.
Dos fueron los finalistas: Luis Donaldo Colosio, el muy visible favorito, y un complicado Manuel Camacho Solís —en cuyo equipo estaba, muy cerca, Marcelo Ebrard.
Claudia Sheinbaum es la Colosio de esta historia.
Desde que escuchó las palabras mayores —o desde que vio la pinche señal—, la Jefa de Gobierno se ha ido con todo.
Los fines de semana está en las principales ciudades del país del brazo de los gobernadores de Morena.
Su equipo está de tiempo completo armando estrategias y campañas.
Todo mundo sabe —hasta los niños de seis años— que ella es la favorita del presidente.
El propio Ebrard lo tiene claro.
Tan claro como Camacho Solís sabía que el candidato de Salinas era Colosio.
Salinas hablaba todos los días con su favorito.
Lo mismo hace López Obrador con Claudia.
A Ebrard lo dejan volar igual que a Camacho.
El problema vino cuando éste empezó a generar conflictos en su estilo.
(Un estilo similar, casi idéntico, al de Ebrard).
Salinas no reunió a los dos aspirantes para comunicarles su decisión.
Ése fue el error.
Camacho supo del inminente destape cuando se encontraba en Cuernavaca.
Al enterarse, se desató una tormenta shakespeariana.
Claro que no aceptó la decisión unipersonal.
Otra cosa hubiese sido si Salinas sienta a los dos y llega a un arreglo político con ambos.
Esa operación hubiese tardado horas, pero al final el presidente habría convencido a su amigo y colaborador.
Nadie le dice no a un presidente.
Y cuando eso ocurre, como hace dos días en la Corte, ya vimos lo que sucede.
López Obrador tiene que sentar a su favorita con los otros aspirantes.
A dos de los tres restantes ya los tiene en la bolsa: Adán Augusto y Monreal.
Y entre los cuatro —Sheinbaum y él incluidos— será más fácil que muevan al Camacho que vive en el pecho del canciller.
Horas se llevarán en lograrlo, pero al final todo se puede.
Este arreglo político servirá para meter orden en estados tan sueltos como Puebla, donde todos los días surge un aspirante nuevo.
La operación sería la misma: reunir a los más posicionados.
(Sin hacerles caso a las encuestas a modo que ya abundan y que son pagadas por quienes lideran las mismas).
En dicha reunión estarían, por supuesto, además de los aspirantes y el presidente, la propia Sheinbaum y el gobernador Sergio Salomón Céspedes.
El arreglo político se llevará horas.
Faltaba más.
Pero al final todos saldrán con una posición debajo del brazo.
Nadie le dice no a un presidente como López Obrador.
Eso evitará escisiones y otras sorpresas como la que Camacho les dio en su momento a Salinas y a Colosio.
Por cierto.
Olvidaba un pequeño detalle.
El Plan C es el Plan Claudia.
¿A alguien le queda alguna duda?