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jueves, noviembre 21, 2024

La ruta que lleva a la gubernatura de Puebla

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Ya he escrito en una columna anterior sobre el factor Marín en la sucesión de Melquiades Morales Flores.

Tras una carrera burocrática que incluyó una temporada como juez de lo civil, Mario Marín Torres fue creciendo en la vida pública del estado con actitudes que abandonó cuando llegó al poder: humildad, modestia y vocación de servicio.

El “sí, señor” lo acompañó en ese tránsito.

La cabeza gacha y una voz educada en el susurro también estuvieron ahí en el momento justo.

Todo combinaba: los ademanes, la discreción y hasta el trajecito barato.

Una vez en el poder, Marín dejó todo esto atrás, pero ya había logrado permear, tras décadas de humillaciones, entre los sectores populares, quienes lo veían como uno de los suyos.

Y eso ocurría tanto en el campo como en las ciudades.

Hasta el modito de andar contribuyó a esa afinidad.

Por eso, cuando decidió desafiar al gobernador Melquiades Morales y buscar la candidatura del PRI a Casa Puebla, ya tenía medio camino recorrido.

Me explico.

Don Melquiades le ofreció la Secretaría de Educación Pública una vez que dejó la alcaldía de Puebla.

Marín dijo “no, gracias”.

Morales lo empujó a abrir su notaría —hoy absolutamente perdida—, y nuestro personaje la abrió y se fue a hacer campaña.

La noche de la inauguración, el gobernador le deseó larga vida en el tema notarial —“el mejor de los trabajos”, asentó—, y el exalcalde sólo sonrió, socarrón.

A los pocos días de esa unción, Marín empezó a recorrer con sus amigos y operadores más cercanos el estado entero.

Inició en Zacatlán.

Yo presentaba un libro de don Genaro Cabrera en el Palacio Municipal cuando entre los asistentes descubrí a Marín y los suyos.

No sabía entonces que estaba ante al arranque de una campaña que culminaría con la asunción a la gubernatura.

Después de dicha presentación, Teodomiro Ortega ofreció una cena en su casa en la que el personaje principal fue Mario Marín.

En un momento, él y yo cruzamos palabra.

(La buena relación que tuvimos en sus años de subsecretario de Gobernación se había vuelto tensa y distante. Y es que no toleraba mis lances irónicos).

Esa noche empecé a detectar cierto cambio en su personalidad.

Los zapatos, la ropa, el reloj, y hasta las maneras, hablaban de una metamorfosis.

Es la metamorfosis del poder, me dije horas después.

Marín ya tenía el apoyo y la simpatía de Roberto Madrazo Pintado, dirigente nacional del PRI, y del hijo del gobernador: Fernando Morales Martínez.

Los dos, persistentemente, hacían su trabajo.

Sólo le faltaba ganar todas las encuestas.

Por eso inició esa cruzada sin cargo que lo distrajera.

La sucesión que hoy vemos requiere de un aspirante que se vaya a la aventura al cien por ciento.

Los cargos sirven, pero distraen.

De nada sirve acudir de vez en cuando —en los tiempos libres— al encuentro con el pueblo, si el pueblo que va a los actos públicos está domesticado.

Son los mismos de siempre cubriendo —y cobrando— la cuota.

Esos actos hechizos están bien para las redes, pero no es en ese ámbito donde se ganan las verdaderas complicidades.

Marín lo supo muy bien, y por eso se fue a meter al pueblo: a dormir entre ellos y recorrer sus calles por las mañanas, las tardes y las noches.

Estuvo en sus fiestas parroquiales, en sus bautizos, en sus bodas.

Tuvo tiempo para hacerlo.

Dejó la vanidad y la comodidad a un lado.

Los personajes que hoy recorren el estado dividen sus tiempos entre los cargos públicos y los mítines que les organizan.

El contacto que tienen con la gente se reduce a selfies.

Las comunidades no los sienten suyos.

¿De veras quieren ganarse el voto y el corazón de la gente?

Hay una solución:

Renuncien a sus cargos, métanse entre el pueblo y quédense a dormir hasta en las más modestas viviendas.

Cómo olvidar que Echeverría y López Portillo a veces pernoctaban hasta en jacales durante sus campañas.

Y todo lo hicieron por la domesticación del voto.

Ya en el poder, no regresaron jamás por esas zonas agrestes.

Y si lo hicieron, fue en aviones del ejército y en mítines exprés.

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