Hoy, más de 80 mil trabajadores de la educación poblanos irán a las urnas para elegir, por primera vez en su historia, a las dirigencias de las secciones 23 y 51 del SNTE. La gran incógnita del proceso no se encuentra en la capacidad de movilización o respaldo, mucho menos de los ganadores, sino en que los perdedores reconozcan su derrota y no intenten reventar los comicios. Los enviados de la Comité Nacional Electoral de esa organización tienen en sus manos un estado complicado y complejo, aunque no son unos novatos. Un punto a favor es que el poblano Jorge Rodríguez Méndez, presidente del CNE del SNTE, tiene a sus espaldas 26 elecciones en otras secciones del país y uno que otro alboroto en otros estados. Al interior de las secciones 23 y 51 del SNTE convive desde hace más de una década el germen de la oposición debido a que su sindicato fue sometido, humillado y minimizado por las autoridades federales y estatales a raíz de la Alianza por la Calidad de la Educación y la evaluación a la que los docentes fueron sometidos. La embestida ocurrida con Enrique Peña Nieto provocó la salida masiva de profesores, quienes optaron por su jubilación antes de enfrentarse a las medidas draconianas que les impusieron desde la SEP, entre ellas el encarcelamiento de Elba Esther Gordillo Morales. La magnitud de la inconformidad se verá reflejada en las urnas. En las 26 elecciones del país, en promedio, se tiene registro de 65 por ciento de participación de los agremiados. Una cifra nada despreciable para un sector que está lastimado y sufre del síndrome del abstencionismo. ¿Hasta dónde llegarán los maestros perdedores de los comicios con tal de sacar raja política y provocar una desestabilización del sindicato por simple revanchismo? No se sabe, aunque, así como están las cosas, nadie puede salir a denunciar acarreo, movilización o prácticas similares a las de los procesos electorales constitucionales porque todos recurrirán a esos ejercicios. El riesgo de estirar la liga está en que las nuevas dirigencias lleguen con el estigma de la ingobernabilidad y se requiera una operación cicatriz de alto oficio político. Pese a todo esto, una cosa que no debe olvidarse es que los maestros tienen, por primera vez en sus manos, la posibilidad de influir directamente en sus dirigencias, quitarlas y ponerlas, así como aprovechar la coyuntura para fortalecer a un sindicato que es crucial en el desarrollo del sistema educativo mexicano. La educación pública en México no puede entenderse sin el SNTE, pero el sindicato está urgido de una modernización en todos los sentidos. Los padres de familia quieren en las aulas a los mejores maestros y no a los más grillos o retrógradas. Los docentes necesitan, a su vez, acompañamiento, mejoras salariales y encontrar el justo medio ante la embestida que sufren por el desdoro de su imagen, lo que lleva a que sean sometidos a procedimientos administrativo a diestra y siniestra. Los estudios más certeros apuntan que 65 por ciento de los factores que inciden en una comunidad escolar son extraescolares; es decir, la escuela es el receptáculo de los conflictos sociales que se viven en un pueblo, colonia, ciudad, estado o país. En el aula es donde salen a relucir todos los conflictos intrafamiliares y demás aristas: madres solteras y jefas de familia, abandono paterno, adolescencias hipersexualizadas, drogadicción, violencia, pobreza, ruptura del tejido social, entre otros más. Nadie duda que es urgente un cambio, pero tampoco será fácil, aunque debe iniciar en algún momento. ¿Por qué no iniciarlo con las dirigencias sindicales electas en un proceso democrático?