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jueves, noviembre 21, 2024

Arturo Reyes Sandoval

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Don Amado Llaguno Mayaudon, teziuteco, importante y exitoso banquero, siempre se refirió a la “fuga de cerebros”. Su expresión integraba una dosis de inconformidad y melancolía, pero también un enorme contenido de satisfacción y orgullo. 

Para Don Amado Llaguno y para muchos poblanos que disfrutábamos de su amenidad y la alegría de sus pláticas, la “fuga de cerebros” era y es la emigración de paisanos a otras naciones. Dolorosa y forzosa decisión que los obligaba, y obliga, a abandonar al país, al no existir aquí, oportunidades reales para contribuir al esfuerzo científico para la producción de respuestas y soluciones a viejos problemas y para definir respuestas a antiguas preguntas que la humanidad aún tiene que solventar.  

Difícil circunstancia por la mezcla de condiciones que la gesta. Enfrentar un enorme portafolio de indiferencia y egoísmo que no reconocen el potencial, la importancia y la calidad de la inteligencia de los paisanos porque, como dice la Biblia, nadie es profeta en su tierra y, por otra parte, la incertidumbre propia de una nueva vida, lejos de la familia y la comarca de su origen. 

Que los científicos se vayan nos pesa a todos porque sabemos muy bien qué los obliga a irse y por qué para muchos su regreso no tiene fecha ni seguridad de que se cumpla. 

Don Llaguno, así dicen en mi tierra, tenía y tiene mucha razón en incluir en la plática cotidiana este tema. Y si bien para él y para nosotros los teziutecos quienes se van al extranjero nos llena de orgullo, también de nostalgia. 

La pregunta que seguía tenía que ver con qué se producía esa inteligencia especial en los paisanos y paisanas que le jalaban a otras tierras. La respuesta era pronta y radical:  los “tlayoyos” que los serranos poblanos y poblanas comemos cotidianamente y que son además de su valor nutritivo, una entrega especial que nos da en cada bocado energía y toda una herencia cultural, que explica la nobleza de nuestro espíritu serrano, de la cual siempre podremos presumir sus resultados. 

Y en la cultura del tlayoyo todos los que se van cumplen una misión superior con la humanidad entera. 

Y en todos los sentidos, Don Amadotenía razón. Lo primero que me preguntó Arturo allá en Filadelfia hace varios años fue por los tlayoyos y como estaba el clima. La pregunta lo reintegraba emocionalmente a su tierra. 

Arturo Reyes Sandoval recibió hace unos días el Doctorado “Honoris Causa”, la máxima distinción que un ser humano puede recibir por su aportación científica. Se lo otorgó una importante casa de estudios, la Universidad Queen Mary, de Londres, y que solo la ha otorgado a dos mexicanos excepcionales, a él y al premio Nobel de Química Don Mario Molina. 

Extraño paralelismo entre los dos, porque los dos luchan contra la contaminación que ha degradado, amenazado y pervertid la relación humana con su ecosistema ambiental. 

Pero la vida tiene muchas explicaciones que darnos sobre eso. 

Arturo ha dedicado su vida a la investigación científica. Lo ha hecho en importantes comunidades incubadoras de soluciones inteligentes. Reconocer sus aportaciones a la salud mundial sería una responsabilidad incompleta. Lo que hay que agradecer al poblano es la humildad y sabiduría con las cuales nos regala vida y amplía nuestras esperanzas de vivirla con mejor calidad y oportunidades. 

Esa definición muy de su persona, para nosotros, los que nacimos en Teziutlán, el ombligo del mundo solo tiene una razón, la enorme inteligencia y proverbial sabiduría que nos dan los tlayoyos como ícono de toda una cultura que se cocina aparte. 

Y Don Arturo la representa con autenticidad. Pertenece a la “fuga de cerebros” que se van a otras tierras donde los valoran mejor que aquí, y donde siempre son convocados por los centros de investigación científica más respetables del mundo entero, donde, me duele decirlo, los valoran mejor, los motivan y respaldan en sus afanes por resolver los problemas de la humanidad entera. 

Y ahora que Don Arturo Reyes Sandoval da a la comarca poblana orgullo, dignidad y respeto internacional, no podemos, no debemos, dejarlo pasar, como una noticia simple y sencilla porque nos calificaría de injustos y malagradecidos. 

Don Arturo Reyes Sandoval, con su trabajo científico, ha dado tres nuevas vacunas para preservar la vida en el globo terráqueo y lo ha hecho con total humildad, que, ustedes nunca escucharán en su expresión, la mínima satisfacción. Él sabe que falta mucho que resolver, pero también sabe que se irán solucionando los viejos males que nos acogen y también los nuevos.  En su trabajo aportó también contenidos científicos sobre los cuales su comunidad de inteligencia se montó para poder darnos en menos de dos años, una vacuna contra el Covid, que no solo ayuda a resolver los daños causados por esos virus, también, renueva esperanzas en todo el gremio mundial. 

Así de sencillo se dice. Pero no se reconoce.  Es un trabajo de un gran equipo, no es una victoria personal, nos diría el Dr. Reyes Sandoval; así de simple. 

Del Instituto Politécnico Nacional, a la Universidad de Pensilvania y de ahí a Oxford University, allá en las cercanías de Londres, Inglaterra, por mencionar solo los puntos de referencia de una vida aún corta, en edad, pero larga y prolífica en soluciones para el dolor humano y de regreso al Instituto Politécnico Nacional donde promueve una estrategia para que su Alma Mater sea el referente mexicano de investigación científica que reconozcan las comunidades de inteligencia de todo el mundo. 

Y lo está logrando, por eso se lo reconoce la Universidad Queen Mary de Londres al otorgarle el doctorado “Honoris Causa”. El Dr. Reyes Sandoval con esa universidad realizan el proyecto “Sapiens” que fue seleccionado entre cuatro proyectos internacionales y que busca soluciones para la calidad del aire en el Megalópolis de la Ciudad de México. 

El proyecto lo lidera el IPN y científicos de ambas instituciones trabajan en construir diagnósticos confiables para resolver las amenazas de muerte colectiva que contiene la elevada y peligrosa contaminación ambiental. 

Es un proyecto pionero a nivel mundial, multidisciplinar y donde científicos mexicanos trabajan para diseñar alternativas para acabar con esos problemas y que puedan ser replicadas en otras áreas contaminadas de toda la tierra.   

Esa es la verdadera dimensión del trabajo del Dr. Arturo Reyes Sandoval y, nosotros en Teziutlán estamos esperando desde hace un año el permiso de las autoridades para en un acto de gratitud impongamos su nombre a una nueva escuela secundaria, ubicada en San Diego, una junta auxiliar, y aún no sabemos si nos lo darán. 

Así somos los humanos. Festejamos muchos actos y aportaciones de los humanos, pero en la emoción, a lo mejor olvidamos que si todos nos dan mucho, algunos nos dan más. 

Y Arturo es teziuteco y ya dado mucho a la humanidad; pertenece a la fuga de cerebros, pero ya está para nuestra fortuna de vuelta en México y perdonen ustedes, pero los teziutecos del “tlayoyo power” tenemos que presumirlo. ¡Se lo merece! 

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