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viernes, noviembre 22, 2024

Don Amado

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Mi general Catarino Reyes cabalga de nuevo y escribe en nuestra historia, la suya, sin titubeos ni falsos pudores. Más mito y leyenda, Don Catarino se pierde en la esperanza y confianza de muchos campesinos que, sin saber en qué pararía la bola, abrazaron la Revolución de 1910 con la sabiduría de quienes no tenían nada que perder y, a lo mejor, tenían algo que ganar. 

Fuerza y firmeza son la lección auténtica de una honestidad noble y cabal con las cuales mi general Reyes trotó en su caballo, siempre pa’ delante, cual Quijote que luchaba contra los molinos de viento desde el caluroso Istmo oaxaqueño hasta las serranías y los altiplanos del centro mexicano. 

Era bigotón, descuidado, de calzón de manta, sombrero zapatista, quebrado y sucio, ancho y sin las estrellas y el escudo de los otros generales, los fifís a los cuales por definición detestaba. Siempre estuvo orgulloso de su origen, siempre con huaraches de hombre, nunca de catrín, pa’ que prueben polvo. Don Catarino Reyes fue, desde siempre, auténtico motivador de acciones trascendentes. Pocos, a lo mejor, conocieron el origen de su generalato, pero todos lo respetaron porque para ser gran jefe militar, solo basta tenerlos bien puestos. ¡Hay que echarle huevos!, fue siempre, y sin errores, su clarísima filosofía. 

De mi general Reyes todos recuerdan sus anécdotas personales; pocos, sus hechos de guerra. Retratan esas lecciones de transparencia, la verdadera personalidad de un hombre de campo que apenas masticaba el español, pero que lo usaba bien y a tiempo. 

En una ocasión de tantas que fue a la capital de México a rendir informe de su comandancia militar al mismísimo secretario de la Defensa Nacional fue invitado a una cena, con sus esposas. “¡Con esposas!”, dijo azorado. “¿Y de dónde, si mi vieja se quedó en Oaxaca?”. “No se preocupe mi general, para eso estoy yo. Usted descanse que yo, a buena hora, traeré todo lo necesario para que usted asista y se luzca con el más alto de nuestros jefes”, le dijo su ayudante. 

Y lo cumplió… a buena hora, tocó en la puerta de la recámara del hotel donde descansaba el general y le entregó su ropa, lista para la cena de gala; le ayudó a vestir y saliendo le presentó a una distinguida dama, bien vestida y de supuesto abolengo, que le acompañaría a la cena.   

Don Catarino llegó a la fiesta y en la mesa que le fue designada departió con otros altos jefes militares y sus esposas.  A dos mesas de distancia, otros generales, que suponían ingenuidad en Don Catarino, en voz baja se comentaban si alguien tenía el valor de decirle que Lupita, bueno Doña Lupe, era una mujer de dudosa reputación.  

Ninguno se atrevía porque conociendo el genio de Don Catarino se exponían a un escándalo.  Llamaron al asistente del general y, en voz más baja, le pidieron le hiciera ese comentario, pero con la mayor discreción.  El asistente lo hizo y cuál fue la sorpresa cuando, sin limitaciones, Don Catarino rompió en una sonora carcajada: “Dudosa reputación, Lupita. No, ella es profesional”, dijo. “¡Dudosa reputación las mujeres que traen ellos!”. 

Así era de claro el líder revolucionario que además nos dejó otra lección cuando en las cercanías de Cuautla venció al ejército federal porfirista y abandonó la plaza con una marcial seguridad, cabalgando, pero siempre para atrás sin darle vuelta, “porque -sabia lección para aprender- al enemigo nunca debes dar la espalda, así esté vencido”, dijo. 

Don Catarino cabalga otra vez en nuestros recuerdos porque quien le dio vida propia y validez histórica fue siempre Don Amado Camarillo, enorme anfitrión, cariñoso en sus afectos y siempre atento a servir a los amigos. Nos contó múltiples anécdotas de este personaje que no necesitamos revisar las crónicas formales revolucionarias para identificarlo con ese perfil, auténtico de un mexicano que siempre encontró a la tristeza, a la pobreza, a la desilusión, el lado bueno, el de la sabiduría de que todo será mejor, siempre mejor y por lo mismo, no debe dolernos mucho. 

Y así, como un excelente compañero de la vida, Don Amado Camarillo también nos dio lecciones de mirar siempre para adelante, de ser auténtico, honesto y franco, de hacer bien las cosas y de cumplir a tiempo los compromisos sin perdernos en la confusión del coraje, la envidia o la venganza. Sonrisa permanente, Don Amado dispuso todo el tiempo, consejo oportuno y amplia generosidad en los afectos. Don Amado Camarillo trasciende en la historia poblana y en la memoria colectiva como esa persona vertical, clara y limpia, valores con los cuales supo siempre acercarse a sus amigos para extenderles su mano. 

Hoy lo recuerdo con un especial afecto. Resuena su risa y su alegría con las cuales supo convivir con quienes tuvimos el honor de trabajar bajo su liderazgo. De paso hizo del servicio público agenda de camaradería respetuosa y solidaridad siempre efectiva. 

Igual que el general Catarino, Don Amado cabalga en la gratitud de quienes siempre encontramos en él la nobleza de quien vio la vida como una excelente oportunidad de vivirla, sin más compromisos que estar contentos para poder compartir siempre lo bueno, así sea poco, pero siempre, lo bueno de la vida. 

Y queda en el compromiso que alguna vez asumí con él la novela de quien como él me sugirió, por mi origen mixteco, bien pudo ser mi bisabuelo, Don Catarino Reyes. 

Descansa en paz, gran amigo. Que tu risa sea el eco que siempre nos lleve al éxito. 

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