I
¿En verdad las personas que habitamos una ciudad, estado o el país somos importantes para los políticos o sólo significamos votos que se consiguen a través de falsas promesas?
¿En verdad las personas que vamos a realizar un trámite le importamos a los funcionarios públicos o sólo somos un proceso más que deben hacer para obtener su pago?
¿Qué lugar ocupamos en el ajedrez de las decisiones sobre las políticas sociales, culturales, deportivas, sanitarias, etc.?
¿Qué lugar merecemos, jerárquicamente, en las actividades que realiza día con día un funcionario público?
II
¿Acaso le importará al ciudadano-usuario la condición laboral, mental, sanitaria y económica en la que trabaja el funcionario que le atiende?
¿Le importará al ciudadano-votante las raíces y condiciones familiares, educativas, sociales, mentales y culturales en las que se desarrolló un político que busca algún puesto de elección popular?
¿En qué se fija el ciudadano a la hora de emitir un voto: partido, ideología, propuesta, cara bonita, discurso encantador o costumbre?
III
Al que es secretario, director, subdirector o jefe: ¿le importará la percepción económica de sus trabajadores, su situación mental y sanitaria para repartir y exigir el trabajo o lo hará acorde a preferencias?
El que es secretario, director, subdirector o jefe: ¿velará para que sus trabajadores mejoren sus condiciones económicas, laborales y sociales o dirá que eso no le compete?
IV
Mucho me temo que las respuestas serían negativas y nos ayudaría a entender por qué vivimos en una constante crisis, donde todos tenemos un porcentaje de culpa.
El ego, la competitividad destructiva y el resentimiento son algunas de las actitudes que se han adueñado de los mexicanos a la hora de tomar de decisiones.
En casa y en la escuela nunca se nos enseñó a aceptar al otro como es, a entender al otro, a compartir con el otro, a poner la humanidad por encima de ideologías, creencias o color de piel.
Siempre se nos educó a ser mejor que el otro, a destacar más que el otro, a hacer hasta lo imposible para opacar al otro y llevarse todos los reflectores.
Y al oprimido se le ha enseñado a arrebatar lo que no se les da o a construir las condiciones para llegar al mismo lugar y posteriormente cobrar venganza.
Cuando el cura Hidalgo entró con el pueblo oprimido a la Alhóndiga de Granaditas, ocurrió una matazón y saqueo insaciable. Mataron sin distinguir quién era el culpable y pagaron todos parejo.
Actuar sin razón y con entraña conlleva escenas trágicas.
Actuar con razón y sin un gramo de empatía (sentimiento, corazón, humanidad) termina en escenas desagradables.
V
Si no cambiamos de mentalidad, si no comenzamos a construir puentes para mejorar las condiciones de todos los que habitamos México -por encima de las ideologías políticas, religiosas y económicas- vamos a terminar peor que los que habitan en los diversos círculos del Infierno Dantesco.
Necesitamos gobernantes más humanistas y partidos políticos, y políticos más empáticos y menos vengativos.
Necesitamos gobernantes que apelen por construir un país donde quepamos todos.
Necesitamos gobernantes que apuesten por un país de libertades y constante mejora en lo económico, social, educativo, sanitario y cultural.
Necesitamos gobernantes que en lugar desangrar al “enemigo”, lo “cure” e invite a construir un mundo mejor en conjunto.
VI
México debe y tiene que cambiar; y todos somos responsables de ello.
La pregunta: ¿estamos listos o es más cómodo ser testigos de cómo nos está llevando la chingada?
FUERA DEL LUGAR
Gracias a todas las personas que me felicitaron con motivo del mi cumple número 38, el pasado 21 de febrero.
Estamos sanos, vivos y con ganas de cambiar el mundo; a pesar de unos cuantos que les gustaría verme destruido y penando.
La vida, tarde o temprano, es de los justos, éticos, amorosos, empáticos y humanistas. No lo digo, está en los diversos textos religiosos.
