Con la soberbia característica que lo acompaña, aunque en un acto poco común en su gestión, el alcalde Eduardo Rivera Pérez hizo frente a su antecesora Claudia Rivera Vivanco, a quien le reprochó que carece de autoridad moral para criticar a la administración panista debido a que el gobierno de Morena dejó a la ciudad en el “abandono, despedaza y sucia”.
El edil tiene razón. Si existe una gestión municipal que podría utilizarse como ejemplo de un mal gobierno ese es precisamente el de la morenista.
Las perlas van desde el subejercicio, un daño patrimonial por 887 millones de pesos, denuncias de acoso y hostigamiento, así como violencia política por razón de género, sospechas de la policía municipal coludida con la delincuencia organizada –sobre todo del narcomenudeo–, soberbia y hasta ignorancia.
Pero lo que Eduardo Rivera Pérez olvida es que él tampoco goza de la autoridad moral, su administración es una pésima broma para quien ya tiene experiencia de estar al frente del municipio más importante de Puebla.
Las principales deudas son la ausencia total de oficio político, la enfermiza evasión de responsabilidades de gobierno –porque existe un costo político que puede desdorar la imagen del edil al que se le cuecen las habas por irse de candidato a la gubernatura–, la improvisación como moneda corriente de la política pública y una lacerante política recaudatoria a costa de la economía de los poblanos que han sido víctimas de multas de tránsito, parquímetros o extorsiones en establecimientos.
El empeño por hinchar las arcas municipales no tiene un interés para traducirlo en obras, mejoría de servicios, atención a las cosas más apremiantes de la ciudad sino a beneficiar a amigos y compañeros de secta confesional y armar el cochinito electoral que financie las aspiraciones del alcalde.
En 2010, fecha emblemática porque la coalición Compromiso por Puebla (PAN-PRD-Nueva Alianza-CxP) puso fin a 80 años de gobiernos priistas, Eduardo Rivera Pérez arribó al Ayuntamiento de Puebla por primera ocasión. La primera aseveración tras el arrollador triunfo de la oposición fue arrogarse la victoria, lo que desató la furia del entonces gobernador electo Rafael Moreno Valle.
En esa época, más de un reportero intentaba dilucidar el por qué de la enemistad y desprecio del morenovallismo hacia Rivera Pérez. Las plumas anodinas de antes y ahora sostiene que todo se reducía a un vil asunto de envidia, celos y soberbia. Sin embargo, la situación también incluía un análisis demoledor sobre la realidad que se vivía en el Ayuntamiento de Puebla: No saben gobernar.
Más de una década después, la verdad salió a flote: Eduardo Rivera es un político que no sabe gobernar o bien no tiene la capacidad para hacer frente a la demanda de una ciudad como Puebla. A lo mejor, un municipio con menor población y conflictos le permitiría brillar sin problemas.
¿Tiene dudas? Solo basta con hacer una revisión sencilla a lo que ha ocurrido con la gestión de Eduardo Rivera y comprobará que cojea del mismo pie que su antecesora: un subejercicio de mil 107 millones de pesos en obras, sospechas de la policía municipal coludida con la delincuencia organizada –sobre todo del narcomenudeo–, soberbia y hasta ignorancia.
A eso, como le dije líneas arriba, agréguele la plañidera de falta de recursos, aunque tengan un crédito por 200 millones que les fue autorizado desde el año pasado para obra pública, y es la fecha que no ha sido utilizado. Lo mismo que sacar dinero hasta por debajo de los bolsillos del contribuyente.
Eduardo Rivera y Claudia Rivera comparten, además, otro punto en común: soñar con aspiraciones políticas pese a que la realidad les echa a la cara que están muy lejos de cumplir con las demandas ciudadanas. Lalo Rivera puede verse en el espejo de su antecesora.
El voto de la ciudadanía simplemente le dijo que no la quería de vuelta a la Comuna.
Eso significa que Eduardo Rivera debe entender que no ganó la elección de 2021, la perdió Claudia Rivera.