Ha sido una semana diferente. Todos los días son distintos, pero estos en particular han sido diferentes. Porque anochece más temprano, porque ya se siente el frío, porque nos vamos quedando sin estrellas… o sea, cada vez se ven menos, sea porque hemos perdido la costumbre de mirar hacia el cielo, sea porque nuestras ciudades iluminadas las ocultan. Y entonces pierden su función y su influencia. Se olvidan… pronto se olvidan.
Esta semana comencé la lectura de La escritura del desastre de Maurice Blanchot (Trotta, 2019). Un texto que exige concentración, tiempo y un ambiente cómodo, un discurso de esos que se disfrutan y se digieren poco a poco, un tema que se antoja conversar con otros lectores del novelista y crítico francés.
Aún meditaba la primera línea, “El desastre lo arruina todo al tiempo que lo deja tal cual”, y buscaba su relación con Lampedusa cuando me enteré, por un comunicado oficial que parecía confirmar más que acallar rumores, del estado crítico del gobernador del estado. La noticia sobre su lamentable muerte llegó más tarde.
Desde aquí mis condolencias.
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La palabra ‘desastre’ sugiere una acción y un efecto contrario al designio de las estrellas (astra), una antinomia cósmica, la negación de la fortuna. Quedarse sin estrellas es, en cierto modo, una desgracia (o por lo menos un extravío). Una pérdida terrible pero no definitiva. El desastre, dice Blanchot, “es ese tiempo en el que ya no se puede poner en juego, mantener todavía; tiempo en el que lo negativo se calla”. El desastre es lo que queda cuando el milagro no llega, cuando el peligro deja de ser un peligro porque lo temido sucede, cuando el quiebre se presenta… Y aunque es habitual asociar el desastre con la catástrofe, conviene aquí distinguir entre el desajuste y el derrumbe. El desastre es preludio de una reorganización, de una actuación necesaria y, en mayor o menor grado, una inevitable continuidad.
Entre el libro y las nuevas vienen a mi mente muchas preguntas (y pocas respuestas). ¿Cuál es la responsabilidad de los testigos del desastre? No estoy diciendo que seamos testigos del desastre, aclaro; sólo pregunto cuál es la responsabilidad de un testigo. Y cuando digo testigo estoy entendiendo sobreviviente. ¿Narrarlo? El desastre, en cierto sentido nos deja sin palabras. Por eso es tan difícil pensarlo y afrontarlo. Por eso es tan fácil olvidarlo y consolarse con el futuro (hacer de cuenta que no sucedió, o que es una prueba, o que eso nos fortalece). Queda por supuesto el deseo, cada vez más intenso, de contar con otra estrella, que no se desprenda del cielo y que sea benevolente y muy generosa. El desafío es llevar el des-astre a la con-sideración. Considerar.
Ya digo, hay que leer con cuidado a Blanchot para no confundir la metáfora poderosa con cierto esoterismo.
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No es la primera vez que encuentro una relación entre el libro que leo y las voces que llegan a mi oído, relación que sorprende, relación que deja una sensación de extrañeza, relación que fecunda las ideas. Es lógico, pienso. Así como uno habla del último libro qué ha leído, uno ve el mundo a través del libro que está leyendo. Claro, si uno trae una idea entre manos (o sea, en el texto que uno sostiene y lee) esa idea termina siendo una clave para la interpretación. Si la noticia me hubiera sorprendido leyendo sobre liderazgo y gestión otra habría sido la perspectiva, o sobre Historia, o sobre la ciencia en el futbol o sobre la amistad, el amor y el erotismo… Pero andaba leyendo sobre escribir cuando parece que ya no hay nada que decir.
A veces, llevado por esa sensación de extrañeza, del presentimiento que se confirma, de la proferencia que deviene profecía, extiendo mis manos y me pongo a mirarlas detenidamente con la intención de encontrar una estrella que me confirme como vidente, como alguien propenso a las percepciones extrasensoriales o, al menos, como un hábil lector de sincronicidades y signos.
Al final termino convencido de que las aparentes revelaciones no son sino fruto de la intuición, meras inferencias, afortunados insights, que resultan de la observación constante, la atención al detalle, la lectura como vicio, el cultivo de la lógica formal y el pensamiento lateral, la reflexión habitual y la libertad al escribir y al hablar.
En un mundo complejo y sistémico todo está relacionado con todo… Las cosas suceden porque todo empeño tiene su recompensa, porque las voluntades se suman, porque los astros se alinean o se eclipsan. Al final, las historias se cruzan, los relatos se entretejen, las vidas, por instantes, coinciden.