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viernes, noviembre 22, 2024

Una reflexión no apta para ingenuos

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“Confieso que yo no siento por la libertad de prensa ese amor rotundo e instantáneo que se le concede a las cosas soberanamente buenas por naturaleza. La
amo por los males que impide mucho más que por los bienes que aporta”.

Alexis de Tocqueville

Democracia en América

 

Hace unos días observé muy divertido cómo algunos reporteros se horrorizaron de la simbiosis que existe entre prensa y política que se planteó en las páginas de este periódico. Los castos ojos de quienes se espantaron, junto con el primer aniversario de Hipócrita Lector, me dan el pretexto para abordar algunos puntos sobre ese tema que, cabe aclarar, es inacabado y en Puebla está muy lejos de ser discutido con seriedad.

Este texto lo escribo desde mi propia subjetividad y está muy lejos de la soberbia de la “prensa independiente” que se asume como la única con la solvencia moral para decir cómo y bajo qué axiología debe desarrollarse el periodismo, aunque sean a tal grado ingenuos que terminan perdiéndose en el regodeo del cuatachismo que aplaude cualquier pastelazo.

El viernes 9 de diciembre, Mario Alberto Mejía, director de este medio y autor de La Quinta Columna, escribió la siguiente: “Inna Afinogenova, periodista rusa que vive en Madrid y forma parte del podcast La Base, con Pablo Iglesias, le quitó la sonrisa a John Ackerman hace unos días.

“El esposo de la extitular de la Función Pública del gobierno federal le preguntó en su programa de TV UNAM qué pensaba de la prensa adicta a los poderes económicos del país frente a la denominada prensa independiente.

“Afinogenova respondió que cada medio tiene su línea editorial y que nadie es cien por ciento independiente: ‘Señalar a otro porque es financiado por no sé quién, y decir: ‘Al contrario, nosotros somos absolutamente libres’, es una falacia porque a ellos también los patrocinan poderes financieros’.

“Ackerman, por supuesto, viró a otro tema.

“Esta respuesta se cruza con lo dicho hace varias semanas por el propio Iglesias, exvicepresidente del gobierno español y fundador de Podemos, en su podcast de La Base.

“¿Qué dijo el también exdiputado?

“Que los espacios periodísticos son espacios políticos y que los oficiantes del periodismo tienen ideología e intereses.

“Moraleja:

“No existe la prensa independiente ni apolítica.

“Desde hace varios años he creído —y así lo he escrito— que los periodistas formamos parte de la clase política.

“Lógicamente, mi tesis ha sido cuestionada por los ilusos que se sienten ‘independientes’, ‘objetivos’ y demás fumadas.

“La prensa objetiva es un invento romántico que quedó en desuso desde hace décadas, una vez que alguien con un poco de seso y sentido común dijo que desde el momento en que todos los seres humanos somos subjetivos, la objetividad no existía”.

Hasta aquí la cita.

Voy un paso más adelante. Los periodistas y medios de comunicación formamos parte del ámbito del poder público del Estado. Más allá del lugar común que los define como Cuarto Poder -el Quinto Poder son las redes sociales-, los reporteros y gente de la prensa (en su acepción más amplia) nos movemos en un círculo de poder.

En 2009, el teórico español Manuel Castells lanzó unas de las mejores definiciones sobre el poder, al considerarlo como “la capacidad relacional que permite a un actor social influir de forma asimétrica en las decisiones de otros actores sociales de modo que se favorezcan la voluntad, los intereses y los valores del actor”.

La Real Academia de la Lengua Española define “poder” como “tener expedita la facultad o potencia de hacer algo” y/o “tener facilidad, tiempo o lugar de hacer algo”.

En el ámbito del poder, los reporteros nos movemos entre los diferentes actores que conforman el Estado. Allí está la clase política y la gobernante, lo mismo que los empresarios, la iglesia, la sociedad civil, los sindicatos y demás entes.

Espantarse porque se afirme que los medios de comunicación formamos parte del poder es ridículo, así como negar que la principal relación de la prensa es con la clase política y gobernante, pues de ahí se derivan una buena parte de las decisiones que nos atraviesan a todos como sociedad.

Lo anterior no significa que los empresarios, los curas, los sindicatos, las universidades tengan menos poder. Todos, desde su trinchera, juegan a la política y al poder. Lo mismo que los medios y los periodistas. Y lo hacemos casi igual que el resto de los integrantes del Estado: con una ideología e intereses definidos.

Se puede ser defensor de los movimientos sociales, convertirse en reportero activista, se puede simpatizar con la derecha o la izquierda; tener un mayor acercamiento con un partido político o un gobierno. Todo eso es parte de la naturaleza propia de los medios. Pero asegurar que no se tiene ningún compromiso político, ideológico o de interés es una vacilada.

Los periodistas jugamos en el poder y hacemos política. El simple hecho de estar del lado de un grupo de interés (sea social, económico, político, ideológico) nos muestra esa simbiosis. Asegurar que las coberturas periodísticas a favor, por ejemplo, de los movimientos campesinos, indígenas o de buscadores de personas desaparecidas son un ejercicio de periodismo independiente es una forma muy maniquea de entrarle al debate.

Quienes lo aseguran parecería que pretenden envolverse en la manta de la purificación de los desprotegidos y de los que sufren. Se da una cobertura a esos grupos de interés porque hay un criterio editorial y es válido tener una simpatía o identificación con su causa, de ahí que decir que como reporteros no buscamos un interés (desde influir en las decisiones institucionales hasta saber que nuestros medios se nutren de lectores con esa cobertura) es igual de mezquino y vil como aquellos quienes en su momento negaron que existió la masacre de 1968.

Esta visión ramplona de inocencia y candor periodístico también lleva incluida la fama que gana el medio y el periodista por la cobertura mediática a costillas de los desprotegidos a los que dan cobertura.

Ese falso debate ha sido superado en Estados Unidos o Europa. De ahí que la apuesta está en la investigación y por eso existen redes capaces de dar una cobertura colegiada a diferentes sucesos. El ejemplo de Wikileaks es una muestra.

Aquí se cree que por ser parte de una red de los que piensa igual a uno se hace mejor periodismo. ¿Qué tienen en común The Guardian y The New York Times? El buen ejercicio periodístico, no el ego. Y ambos forman parte de conglomerados financieros que tienen un interés muy claro en el concierto internacional. Sus propietarios juegan en la esfera política y de poder mundial, pero han logrado adecuar de tal manera esa sinergia que se colocan candados para que esos intereses no permeen en la línea editorial del medio.

El puritanismo mediático es un cáncer, al igual que llenar la discusión sobre nuestro oficio con lugares comunes.

Ben Bradlee fue íntimo amigo de John F. Kennedy, su cercanía con el poder lo llevó a esferas que nunca imaginó. Eso, para la “prensa independiente”, lo convertiría en un sucio chayotero, pero al excepcional editor de The Washington Post se le conoce y reconoce por su trabajo en Los Papeles del Pentágono o permitir que un par de reporteros generaran tal bola de nieve que terminó por derrocar al presidente de la nación más poderosa del mundo.

Otro ejemplo. No hay periodista que no admire a Ryszard Kapuściński. Ahora sabemos que su papel como espía para la dictadura de su país le permitió viajar a países que nunca imaginó. Eso nos regaló algunos de los mejores libros de periodismo que existan. ¿Ser espía es lo que más recordamos del escritor?

Los retos que como periodistas tenemos no se encuentran en la desdorada idea de que solo el periodismo independiente puede salvarnos. Es más, como dijera Pablo Iglesias, “los espacios periodísticos son espacios políticos y los oficiantes del periodismo tienen ideología e intereses”.

Sería muy saludable quitarnos la máscara de la frivolidad sobre el tema.

En el mundillo de la prensa independiente he conocido a publirrelacionistas de sí mismos que pretenden hacerse pasar como reporteros. He visto a excelentes reporteros optar por la marginalidad del periodismo independiente sin asumir esa condición y, para colmo, actúan como los nuevos Torquemada del buen periodismo (así como van no tardan en hacer el Manual del Padre Ripalda para los reporteros).

En ese mundillo también he visto a sectores universitarios que les encanta alimentar la marginalidad de sus alumnos, incapaces de revelarles que formaron parte del “asqueroso” mundo periodístico que hoy critican. Formaron parte, lo alimentaron y desertaron. Fin de la discusión. Hoy son los santones que se erigen con la verdad única.

Por último, es realmente sorprendente quienes se ufanan de defender la libertad de expresión e ideas sean los que más rechazan a aquellos que piensan diferente a ellos.

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