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viernes, noviembre 22, 2024

La Envidia de los Pavorreales Aburridos

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Inna Afinogenova, periodista rusa que vive en Madrid y forma parte del podcast La Base, con Pablo Iglesias, le quitó la sonrisa a John Ackerman hace unos días.

El esposo de la extitular de la Función Pública del gobierno federal le preguntó en su programa de TV UNAM qué pensaba de la prensa adicta a los poderes económicos del país frente a la denominada prensa independiente.

Afinogenova respondió que cada medio tiene su línea editorial y que nadie es cien por ciento independiente: “Señalar a otro porque es financiado por no sé quién, y decir: ‘Al contrario, nosotros somos absolutamente libres’, es una falacia porque a ellos también los patrocinan poderes financieros”.

Ackerman, por supuesto, viró a otro tema.

Esta respuesta se cruza con lo dicho hace varias semanas por el propio Iglesias, exvicepresidente del gobierno español y fundador de Podemos, en su podcast de La Base.

¿Qué dijo el también exdiputado?

Que los espacios periodísticos son espacios políticos y que los oficiantes del periodismo tienen ideología e intereses.

Moraleja:

No existe la prensa independiente ni apolítica.

Desde hace varios años he creído —y así lo he escrito— que los periodistas formamos parte de la clase política.

Lógicamente, mi tesis ha sido cuestionada por los ilusos que se sienten “independientes”, “objetivos” y demás fumadas.

La prensa objetiva es un invento romántico que quedó en desuso desde hace décadas, una vez que alguien con un poco de seso y sentido común dijo que desde el momento en que todos los seres humanos somos subjetivos, la objetividad no existía.

En efecto:

Existe la subjetividad.

Sólo eso.

La “verdad” universal tampoco existe.

Lo que hay en la mesa es la verdad personal.

Es como esa frase de Gabriel García Márquez:

“La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

Si un periodista cubre una marcha escribirá una crónica personal, subjetiva, ideologizada y desde su particular verdad.

Es imposible convertirse en un ser asexual y apolítico —un personaje del Mundo Feliz, de Huxley— para escribir una crónica objetiva.

Hipócrita Lector, que este sábado cumple un año, es el resultado de muchas búsquedas que desde nuestros itinerarios —cada quien por su lado— hemos transitado mi querido Nacho Juárez y yo.

En los noventa, cuando inicié La Quinta Columna, Nacho hacía ya un espléndido periodismo en las páginas de La Jornada de Oriente.

Años después —vencidos los prejuicios, por supuesto suyos— nos encontramos en una mesa en la que estaba un compañero de su diario —Martín Hernández—, quien me detestaba profundamente.

A tal grado lo hacía que un día se atrevió a decirme: “Tú representas en el periodismo lo que yo más odio”.

(La frase me encantó, y lo sigue haciendo).

En realidad hablaba por su director —Aurelio Fernández—, con quien debatí alguna vez.

El debate terminó cuando me lanzó un pastelazo cargado de estigmas homofóbicos.

“¿Qué pensaría Monsiváis de ti si te leyera?”, le dije desde mi columna.

Un silencio de clóset fue la respuesta.

Regreso a Nacho Juárez, director editorial de Hipócrita Lector, a quien he visto crecer profesionalmente como a pocos.

En 2015, hace siete años, lo invité a participar en un proyecto periodístico —24 Horas Puebla— que nos dio muchas satisfacciones.

Juntos saltamos a otro barco camaronero —Contrarréplica Puebla— para seguir ejerciendo un oficio de luces y sombras.

Y juntos, otras vez, nos lanzamos a la embarcación de Hipócrita Lector.

Debo decirlo:

Nacho es un periodista lleno de pasiones y emociones a quien le daría, sin dudarlo, las llaves de mi auto y de mi casa.

Es tal la confianza que le tengo que muchas veces he dejado que me sorprenda con varias primeras planas que me han quitado amigos.

Lo he visto crecer como un laurel de la India: a fuerza de hachazos y machetitos.

He visto madurar su prosa.

Y he disfrutado también la envidia de sus críticos.

(Ellos duermen la mona a la hora en que él trabaja).

Gracias en buena parte a Nacho es que estamos metidos en una buena jornada de pesca.

Una pesca inmejorable que envidian los “independientes” de siempre.

Ésos que caben en un verso de Agustín Lara:

“El hastío es pavorreal que se aburre de luz en la tarde”.

En Memoria de un Amigo. Murió mi querido Carlos Limón, amigo a toda prueba, narrador obsesivo, poeta de pocos versos.

Rayo, su esposa, me dio la triste noticia.

Conocí a Carlos en SÍ-FM por ahí de 1993.

Yo hacía —a veces con Beatriz Gutiérrez Müeller— un programa nocturno que marcó una época: Las Intimidades Colectivas.

Él y otros amigos suyos fueron bautizados por mí como los Poetas Malitos.

Con el tiempo lo invité a Intolerancia —primero la revista, después el diario—, y nos volvimos a encontrar en Sexenio y 24 Horas.

Era un lector empedernido y gran conversador.

Tenía ideas geniales que siempre prometía escribir.

Un día me prestó su colección de pornografía mundial: una auténtica joya del underground y el surrealismo.

Siempre lo recordaré como un amigo leal y un hombre culto y educado.

Hasta su inevitable procacidad era elegante.

Descanse en paz quien nos dio tanto.

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